La otra mirada

961 77 104
                                    

*Han pasado 84 años...* 

Casi que sí, pero les pido perdón. Aguantenme

Este es un cambio de perspectiva completo. No sufran, ni se frustren tanto...


Capítulo XIII: La Otra Mirada

Servir la comida, levantar los platos, limpiarlos como a la mesa y la cocina, barrer la casa. Y repita en el siguiente acto.

La vida de las señoras de Acacias, o de cualquier otro lugar, no viene con manual de instrucciones, pero no le hace falta. Todos los días son de una rutina que parasita los ánimos y los aplaca, los corrompe. Sobre todo cuando no estás allí con gusto aunque digas que sí.

Servir, levantar, limpiar y barrer. Vuelva a repetir. Parecido a cuando trabajabas con tu madre en el restaurante así que no te supone un desafío, como tampoco otras cosas de la vida de casada.

Como sentarse en la sala a palmos de distancia de Ildefonso, sin hablar. Cada uno en su mundo como si no existiera nada en común. Caminar, sonreír, esconder la verdad y tratar por todos los medios de que nadie sepa la miseria que se esconde tras la puerta cerrada. Los silencios rutinarios y el amor que, aunque hubiera existido, se habría diluido en un montón de sueños imposibles y segundos perdidos.

Dejas el pincel y con el también tus ambiciones. No vas a llegar más lejos dice el sol de hoy y te lo crees porque mañana será lo mismo. Y, sobre todo, porque no harás nada para cambiarlo por mucho que podrías.

Querías sacarle bien a lo malo de las circunstancias, algo con lo que ser feliz, algo por lo que vivir con más ilusión. Querías ser madre, pero las circunstancias ni siquiera pueden darte eso. Son las que son así que, para acomodarte a una relación rota, desafortunada y vacía, lo olvidas. Lo condicionas como un mero imposible y te condicionas a caminar sin mirar como vas dejando tus deseos a medida que caminas tus pasos.

Servir, levantar, limpiar y barrer. Como cada mañana y tarde, pase lo que pase.

Y mejor no olvidarse de sonreír porque no vaya a suceder que alguien se entere que eres infeliz, que esta vida te tiene atrapada en una red de infortunadas decisiones, las tuyas y las ajenas, que no dejan que te muevas. Atrapada, prisionera y conforme porque esto es lo que te tocó vivir. Porque te causa pánico que alguien lo sepa, aunque muchos o casi todos lo noten.

Servir, levantar, limpiar y barrer. Una y otra vez.

Y las cosas a tu alrededor explotan, la verdad empieza a salir a la luz y tu carga se hace más fuerte, más pesada. Piensas en desaparecer, quieres desaparecer. No mereces nada mejor y que alivio sería. Te preguntas cómo puede ser que nadie se dé cuenta de cómo ambos sufren, tú y él. Él trastornado, tú deprimida. En el mismo momento que has pensado que él no lo soportaría más y acabaría su suplicio de alguna manera, te pide marcharte lejos y lo sigues. Lo sigues siempre y a todo le dirás que si, por mucho que te incomodan sus planes o sus tiempos. Todos sus "sí" o sus "no". Sus "ahora" que pocas veces han coincidido con los tuyos, pero cómo estás segura que no tienes a nadie más...

Servir, levantar, limpiar y barrer. Eso es lo que debes hacer, estés donde estés.

En otro sitio, pero lo mismo. Hasta que te ponen aquel niño berreando en tus brazos y su llanto se apaga. Y te mira con un trazo de tus ojos en los suyos. Bastan unos minutos de su inocencia y brillo, de su vulnerabilidad, para que la sientas crecer en tus entrañas aunque nunca hubiese sucedido. Eres madre por capricho de la poca fortuna que te nombra y la obstinación de un abuelo por salvar a su nieto y su legado. Tu hija. Y es tuya y suya. Algo en común que no les pertenece, pero se transforma en su único todo. Su único bien más preciado. Su pequeña libertad. Su segundo de paz, aunque la rutina vuelve. Da igual que esos pequeños segundos de felicidad existan, nunca están completos. La niña es como un día de color en mil días grises. Un pequeño consuelo al que aferrarse.

RenacerWhere stories live. Discover now