Hasta el último suspiro

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Bueno, bueno. Surprise. A ver qué les parece. Siempre me da ansiedad este momento.

Capitulo XI: Hasta el último suspiro

Un botón y su piel se vuelve un viaje inevitable que no pareces querer evitar tampoco. Otro y tus labios en su cuello, rozando intensamente, te devuelven los gemidos de su voz a tus oídos. Tiemblas porque tu cuerpo se siente al inicio de una intensa combustión, como no has vivido antes o como sólo puedes vivir con ella. Tercer botón y tienes la sensación de que te faltan labios y dedos. Y te deslizas y gimes, pero nada alcanza para mostrar tu deseo creciendo. Latiendo más y más. Otro y su pecho agitado es tu mayor incentivo porque con un sólo botón no habrá más camisa y tus manos se podrán deslizar en sus curvas, y quitar el último obstáculo para tenerla desnuda. El último botón, dos tirones y su hombro es un puerto donde volcar tus besos. Su piel, los detalles que la hacen suya y  de nadie más están otra vez a tu merced, a tu placer. Cada lunar, cada peca, cada estremecimiento. Cada curva y pliegue está ahora en tus manos.

Y vas más allá porque estás igual de desnuda y, cuando la miras, ves sus ojos salvajes y desatados que te empujan a perder el control como ella, que ha perdido el juicio y toda su resistencia. Olvida sus deberes y quieres ser solo tuya. Te lo pide, dulce e imperiosamente. Casi lo exige para que tu ansiedad se clave justo en tu bajo vientre. Y queme, como sus palabras te queman, te enciendes y pierdes en un montón de fuego que sabes que te marcará la piel con una huella imborrable, una marca más profunda sobre una huella anterior. Te lo vuelve a pedir, 'ser tuya', y te quemas a fuego lento. Tú la quieres para siempre, ella aún no sabes hasta cuándo, pero no vas a permitir que retroceda. No ahora. Ahora imposible.

Maite deshizo a tirones los cierres del corset de Camino y dio con la espalda en la pared de un lado mientras se movían por la habitación soltando prendas y jadeos como podían. La lengua de Camino jugueteaba con la suya y el sabor de sus besos se mezclaba. La quería totalmente desnuda y la joven no opuso resistencia. Solo quiso lo mismo. Las anteriores veces, cuando hacían el amor en su estudio, solían ser encuentros tan furtivos que a veces no tenían ni siquiera tiempo para desvestirse del todo, para disfrutarse del todo. Como con su relación, por mucho amor que hubiera, Maite nunca había disfrutado de aquello demasiado. Y se resistía a repetirlo en esta que podía ser su última y, por tanto, única oportunidad. O una puerta a una vida parecida a este roce, a su deseo de empujar a Camino por la habitación hasta la cama donde dormía. El corset quedó en el camino y también el suyo, y así su ropa interior. No se recostó, no, se sentó en la cama y Camino sobre ella. En el mismo momento que sus cuerpo desnudos se tocaron, las dos gimotearon por el enorme calor y humedad que desprendían. Y a Maite le pareció que Camino volvía a ser esa joven que se entregaba en su estudio a ella y que la miraba con un anhelo, con una lujuria desesperada. Con devoción, incluso. Con la inocencia de quién no ha sido amada ni tocada nunca. Nunca de esta manera.

La sentó a horcajadas sobre ella rozando deliberadamente su cintura y siguió la pulsión por la piel de sus dedos hasta llegar al trasero de la joven mujer. Camino gimió en su boca y sostuvo su nuca con mayor fuerza a medida que la pelvis de Maite se elevó y la golpeó con ligereza. El movimiento se repitió enmarcando la necesidad de verla gemir y abrirse para ella. La cadera de Camino siguió aquel movimiento punzante, apretó más enérgicamente la nuca de Maite anclándose a su cuerpo y tirándose hacia atrás. Sus gemidos fueran más alocados y sentidos ante el mayor roce de sus sexos. Y los pechos de la muchacha se mecían en su rostro libremente así que los tomó como una invitación más a sucumbir. Erguidos, despiertos, incapaces de mentir o de negarse a los deseos de esa mujer que se mecía sobre ella volviendo a ser la pequeña que ella había descubierto al amor.

Se inclinó y rozó uno con la boca abierta, con los labios hinchados de los besos y la humedad del intercambio. La espalda de Camino se curvó buscando el contacto y las manos de Maite la tomaron intensamente de su trasero acercando más su cuerpo, engullendo el pezón con delectación. Camino soltó una queja intensa que no cesó como no cesaron sus caderas de buscar roce y la lengua de Maite de girar, de lamer, de succionar. El quejido se hizo grito afiebrado cuando una de las manos de Maite se coló entre las piernas de Camino y se topó con la humedad entre sus pliegues. Detuvo el ataque solo para sentirlo con todo su cuerpo, para empapar sus dedos, para deslizarse hasta hundirse en su interior. Con familiaridad. Con regodeo. Con una media sonrisa de placer. Placer que le pulsaba entre sus piernas al sentir otra vez la sensación de aquel cuerpo siendo suyo. El gritillo de placer, los poros despiertos, la boca abierta buscando aire y los temblores en la cintura de la mujer que amaba.

RenacerWhere stories live. Discover now