El Giro del Destino

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Me ha quedado un pelín largo, admito. Y es que para aquello pendiente verán que queda...

Hablamos luego!

Capítulo VI: El giro del destino

Infame. No tenía otro adjetivo para ilustrar a esa reunión en su salón, en el de sus tíos más bien.

Huir de Camino y buscar refugio en su mundo más personal le pareció cobarde, pero lógico porque cuando no hay nada bueno que decir es mejor no decir nada. Es mejor tener claro que, cuando los sentimientos arrebatan las palabras y podrían volverlas contra quién queda a tu merced, es siempre mejor silenciarse. Sobre todo si la otra persona no tiene la culpa de tus debilidades, de tu egoísmo o tu incapacidad para frenar tus impulsos. Y, por eso, ella huyó de Camino y de Ildefonso antes de decir cualquier cosa que pudiera herir a la mujer que amaba, antes de mirarlos desdeñosamente, antes de fingir y tener que morderse el sufrimiento para que no se notara. O gritar en silencio con la sonrisa en la cara, con una expresión  de comodidad que no evidencia toda la lluvia que cae e inunda por dentro.

Ella que, sin razones bien fundamentadas, ya celaba a Camino cuando la muchacha besaba el sitio por donde pasaba y volvía siempre a sus brazos,  que la castigaba por los deseos o insinuaciones ajenas, ¿cómo iba a actuar ahora que los celos le oprimían la garganta al pensarla en otra vida, en otra felicidad? La acabaría lastimando y ya no podía permitírselo más. Optó por la salida poco digna de hacer un mutis por el foro y desaparecer de la posible confrontación, prometiéndose que la tendría cuando fuera capaz.
Aunque el destino no siempre nos juega las cartas a favor. Al parecer, a Maite casi nunca le ayudaba o eso sentía mientras observaba como su visita esperaba expectante una palabra de su parte. Ella, que había desertado de la batalla para ganar la guerra, cayó en una trampa peor. O en dos. La primera fue creer que existía un refugio donde atrincherarse. La segunda que sólo ella movía las fichas en ese tablero, sin prever que su reina la dejaría en absoluto jaque ese mismo día.

Infames. Eso eran esas dos mujeres que de modales sabían lo mismo que de ponzoña, una más que la otra. Al dar el portazo en su estudio ahorrándose las disculpas de su tío, gritó con los dientes apretados su rabia. Su malestar. Si los últimos días notaba como albergaba más y más sentimientos negativos, aquellas dos señoras no hicieron más que amargar su existencia y obligarla a enraizar peores emociones todavía. Se le cayeron las lágrimas por mucho que las quiso frenar y se enfadó más consigo misma por ser  ese débil reflejo que la miraba desde su espejo, con los ojos anegados, las ojeras que no la abandonaban y la ira en las entrañas. Frustración por todo aquello que nunca seria suyo. Nunca más.

-¡Arpía! – murmuró entre dientes - ¡Es una arpía! – lo expresó hablando sola porque el cuerpo le pedía a gritos hacerlo. Aquel café que le obligaron a tomar sabía amargo y le llenaba la boca de una manera tan asoladora que sintió aún más disgusto. Las cosas no sabían como antes, ni olían como antes, pero si se llenaba de rabia o negatividad todos los sabores y olores volvían para sobresaturarle el paladar con sabores amargos, ácidos. Debería estar contenta por el regreso parcial de sus sentidos, pero no le estaba gustando esta especie de terapia repentina. Esa tarde bebió dos cafés, uno con Ildefonso que no le supo a nada porque estaba tranquila, otro con sus tíos y vecinos, obligada, que sabía a rayos.

Todo por no incomodar a los dueños de casa. A medida que recuperaba su estabilidad y los colores, se había ido acercando a su tío. A medida que soltaba su historia y su trauma por la boca, se permitía compartir charlas con él, a su resguardo. Comenzó a sentirse menos sola por poder ver a Armando sentado en su butaca del estudio viéndola pintar y hablando del mundo. Así el hombre consiguió que saliera y compartiera la mesa porque se sentía confortada por su presencia. Pero, claro, existía un muro que a Maite le resultaba un escollo intentar trepar siquiera. Tampoco quería hacerlo, había que decirlo, y sólo soportaba su presencia discordante por el hombre. Y ese muro se llamaba la tía Susana, la esposa de su tío más bien. Para pariente que se la quedara Don Liberto.

RenacerWhere stories live. Discover now