Maldición, Gert

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Bueno, como estoy muy contenta hoy voy a actualizar adelantado a mi idea original. Cómo lo ven? A ver que siguen pensando de esta Maite, de esta Camino, de este Maitino. De este intento de "escritora".

Se les quiere.


Capítulo II: Maldición, Gert.

La sensación del lodo empapando sus rodillas, el ensordecimiento que le causaron los disparos que acabaron con la vida de quienes ella intentaba proteger, las salpicaduras en su ropa y en su cara, y, por supuesto, la boca seca y el frío de la punta del revolver en su frente. Tonos rojizos y grises, poco más. La mano de aquel joven, que no tendría más de 20 años, temblando mientras la apuntaba y ella esperaba su final. ¿Quién diría que el final de una artista sería así? En un terreno cubierto de barro, sangre y muerte. ¿Quién le daría la noticia a su familia? ¿Habría honores para las voluntarias caídas o simplemente sería un nombre o número más? No le hacia falta preguntar qué pasaría con su cuerpo, lo había visto miles de veces. Regaría los campos o acabaría en un hueco con un montón de otros anónimos. Nadie podía pedir otra cosa, era una maldita guerra y a los bandos no les importaban las bajas más que como un punto en contra o a favor, como si todo fuera un juego. A los pocos a los que sus vidas si les importaban estaban demasiado lejos. A ella la valoraba únicamente su familia y estaban todos en otra latitud, bajo otra bandera. A kilómetros y kilómetros de ese momento en que, aunque una persona estaba de pie a su lado, ella estaba más sola que nunca.

Los ojos azules de él y sus labios apretados le confirmaron su inexperiencia en estos menesteres de la ejecución. Matar en sí mismo debía ser complejo, pero ejecutar mirando a los ojos estaba en otro nivel. O era que, quizás, “Gert”, las únicas letras legibles en la chapa que bailaba frente a su cara y que componían el sucio uniforme del chico, aún conservaba algo de humanidad.

Cerró los ojos. Mientras aquel muchacho era azuzado por sus compañeros a acabar la faena, ella rezaba para que no fuera un cobarde. No quería ser una prisionera de guerra. Si se la llevaban con ellos, el destino podría ser mucho peor aún. Sí giraba las tornas y era él quien hubiera estado al final de la travesía tendría el mismo desvelo. Conservar la vida parece primitivo y instintivo, pero ser la presa del odio de un grupo de personas que vengarán las muertes de sus camaradas con atrocidades peores que la muerte no era una vida que valiera la pena vivir, era solo una prolongación tortuosa que terminaría acabando con ella de todas maneras. “Se valiente, Gert y no me lleves contigo, por favor”.

El muchacho la observó una vez más y también sus pertenencias. Donde había un fusil normalmente, Maite sólo portaba vendajes y no tenía un revolver o balas, sino unas tijeras, un pequeño bote de agua y lejía que aplicaba como desinfectante y poco más. Eso le causaba el mayor problema aparentemente. Maite era una sanadora y una mujer que ni siquiera portaba un casco. Los gritos de los demás se multiplicaba y lo enervaron más.

Dio unas voces que ella no pudo entender y el arma brilló ante los ojos asustados de Maite, y, entonces, oscuridad. O eso pensaba ella, pero el sueño cambió y oyó su voz dulce: “Me alegra mucho verte, Maite...”. La morena despertó de un salto en su habitación en la casa del tío Armando.

-Camino… – murmuró.

Solía despertar preguntándose cuando dejaría de soñar con esa ocasión en que casi pierde la vida y qué sería de ese niño obligado a ser hombre en una guerra que no era suya, ni de nadie de los que arriesgaban la vida. Como todas las guerras. Gert, como le gustaba llamarlo, había decidido que no era una amenaza y la golpeó con la culata de su arma en lugar de dispararle como a todos los demás. Por eso, ella seguía despertando en las mañanas. ¿Lo haría el también? ¿Seguiría perdonando vidas? ¿Le habrían perdonado la suya si, por desgracia, hubiera caído de rodillas en el fango? Demasiadas preguntas que no encontraba responder de manera satisfactoria. Y ahora una más: ¿Realmente Camino Pasamar se alegraba de verla con vida o sólo era una frase dicha por compromiso social? Aquel beso que no le dio, le gritaba que indiferencia no sentía, pero ¿qué sentía por ella?

RenacerWhere stories live. Discover now