¿Dónde está, Maite?

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Bueno. Aquí desvelamos un poco el cómo seguir! Nos leemos abajo.

Capítulo X: ¿Dónde está, Maite?

Tres días más tarde...

-Entonces, ¿las pastillas le han favorecido el descanso? - el doctor Rodríguez Laforta la observó desde su posición rígida en el sillón enfrente - la encuentro menos cansada.

-He dormido bien las últimas dos noches, sí - comentó Maite con un suspiro que denotaba cierto agobio y que no pasó desapercibido para el galeno.

-¿Sin pesadillas?

-Sin pesadillas - corroboró la mujer con un asentimiento.

-¿Y su arte? ¿Ha conseguido pintar?

-No, pero no por las pastillas - Maite volvió a mostrar indiferencia mientras giraba la cucharilla en su infusión - es... falta de inspiración más bien.

El hombre meditó unos momentos.

-¿Ha vuelto a pensar en la guerra? - consultó y viendo la indiferencia absoluta en su paciente ante aquel traumático episodio agregó - ¿Dónde está, Maite?

Maite centró su vista en el hombre repentinamente - ¿Acaso no me ve?

-No me refiero a eso - expuso el doctor de mediana edad, aspecto elegante y bigote muy bien cuidado - cuando, hace dos días nos vimos la primera vez, estaba usted en la guerra y sus pesadillas - dijo - ahora no está allí, ni aquí - hizo un gesto de curiosidad - me pregunto dónde está su batalla, entonces -sonrió de medio lado - sesgo de profesión.

La morena mantuvo su mirada en él consciente de que expresaba un interés genuino por su situación. O al menos una curiosidad que no radicaba en segundas intenciones. Sin embargo, se resistió.

-He venido a curarme de mis traumas de la guerra - argumentó - este asunto no es relevante.

El hombre apuntó algo en una pequeña libreta en la que a veces tomaba nota.

-He venido a ayudarla a usted, Maite - señaló - me da igual que la batalla sea en Francia o aquí, ayer o ahora.

-Aun así...

-No tiene que tenerme confianza si no quiere, pero sepa que todo lo que me diga lo utilizaré solo para ayudar - giró la libreta para que pudiera leer su anotación. La palabra "Resistencia" resaltaba.

Guillermo Rodríguez Laforta era uno de los primeros en su campo en Madrid y se notaba en sus formas el porqué. No sé imponía, no adormecía, solo escuchaba y preguntaba. Era listo como pocos y ella, Maite, se sentía vulnerable ante su parsimonia.

-Es personal...

-¿No lo es la guerra también? - cuestionó él - su experiencia al menos, sus temores - la observó unos segundos en ese mutismo tan bien adquirido y adivinó  - tanta resistencia me dice que es amoroso quizás.

-¿Cómo puede saberlo? - cuestionó la artista - ¿Solo por qué no quiero decirlo?

-En efecto, cuando se trata de asuntos privados es cuando más resistencia encuentro. No solo por la confianza que requiere, sino por los dilemas morales involucrados, pero, en su caso, no sólo es la reticencia a hablar - tomó la taza del café que le fue ofrecido al entrar y bebió - pocas cosas hacen suspirar y distraen tanto como el amor - contestó  - y, Maite, usted está aquí, pero en otro mundo.

-Puede - Maite lo observó y suspiró -muchas veces no me ha salido bien abrirme con las personas.

El hombre sonrió - Yo no soy una persona, soy un médico...

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