Las Misivas

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¿Me siguen acompañando?

Capítulo VIII: Las Misivas

 

Querida Camino

Una vez me dijiste que con un “te echo de menos” hubiera bastado y, aunque tarde, déjame confesar que te echo de menos y te eché de menos cada una de las noches en que apenas pude intentar cerrar los ojos. Te eché de menos por sobre todos los sonidos que hoy quisiera olvidar y que no me persigan, te eché de menos por sobre todas las atrocidades que presencié o en las que contribuí por acción u omisión. No quiero contarte todo lo que sucedió, no se si podría sobrellevar que me miraras con compasión como todos en este barrio. Suficiente tengo con mi propia carga.

Solo quiero que entiendas que, a pesar de tanto silencio despreciable, padecí tu ausencia como si fuera mi propia agonía y merecí cada segundo de suplicio, como aun merezco sufrir por haberte dejado atrás. Daría lo que me queda de vida por volver a ese puente, por actuar diferente cuando tuve la oportunidad, pero el tiempo se nos echo encima y ya es tarde para lamentarse más por lo que no hice. Enfrentaré las consecuencias que decida la vida y tu voluntad.

No puedo permitirme lamentarme otra vez. No puedo. Debo luchar hasta el final. No puedo cambiar el pasado que nunca fue, pero el futuro es otra cuestión.

Me hubiera querido retirar de tu vida en silencio al verte  realizada como mujer, pero correspondiste a mi beso y una duda se clavó en mí desde entonces. Una que no logro remover, una a la que no le acaban de bastar tus “no debo, no puedo”. Dices que los quieres, que lo quieres a él, pero no de esa forma. No con ese amor que anhelamos, que tú y yo tan bien conocemos. No poder no es igual a no querer. No poder implica mucho más a la razón y no querer implica mucho más al corazón. Y aunque se la respuesta haré la pregunta. ¿,A cuál de los dos has implicado tú más en tu decisión?

Tuya siempre, Maite.

 

Cuando le escribió la primera carta dudó. Dudó si escribirla primero, luego si enviarla y, sobre todo, si debía contradecirla. Sí debía insistir o no. Una mujer con el corazón en calma no insistiría, no se sobre esforzaría y aceptaría el primer no como lo que es. Pero ella no tenía el corazón en calma. Tenía el corazón cargado de culpa, pintado de pendientes y de recelo, pero también enloquecido por un beso que le había dado alas. No podía tomarse ese desliz como un detalle sin importancia, como un mero fallo. Y mucho menos la negación posterior de Camino que no hacía más que revelar un temor inmenso. Así que iba a enviarle todas las cartas que debió enviar hacía años, aún sabiendo que no le respondería nunca.

Los días pasaban y las misivas no cesaron, como tampoco las obras que Maite conseguía ejecutar cuando sus nervios se lo permitían. Abiertas las emociones y la sensibilidad, abiertas las heridas. Empezó como un temblor impertinente mientras pintaba. Uno que no supo como explicar ni justificar. Inesperado. Se miró la mano derecha que no paraba de temblar, mientras su corazón se  alteraba repentinamente y el estudio  pareció cerrarse a su alrededor. Le costó dar los pasos fuera del sitio, pero en el pasillo consiguió respirar y no supo qué fue lo que causó qué. Si el temblor era producto de los latidos erráticos o los latidos erráticos por el temblor.

Y se repitió. Una y otra vez, como sus misivas.

No sé que me sucede o puede que sí, que ya lo haya visto antes, pero últimamente no soy yo misma. El silencio me aterra. ¿Cómo puede aterrarme el silencio? Al parecer, en el absoluto mutismo, vuelvo a oír todos aquellos sonidos que me inquietan tanto. Pensar que hace unos meses hubiera dado lo que fuera por un poco del silencio al que hoy tanto le temo.

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