Capítulo 4

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Keshia Miller

Me peino el cabello con los dedos, es un gesto que solía hacer cuando estaba nerviosa, y entro a casa como si no me hubiera pasado medio día fuera.

Mis fosas nasales se inundan con el olor del tabaco que frecuentaba fumar mi hermano, mis ojos pican debido a este y tengo que refregarlos un par de veces para acostumbrarme.

—Deberías de tener al menos una ventana abierta.— reprocho mientras me dedico a abrir la ventana de la cocina.

—Tú deberías de estar en casa y tampoco lo haces.

—¿Y por qué debería de estar en casa? — me quejo—. Es mi día libre en el trabajo...

—Porque eres una mujer.— murmuró poniendo los ojos en blanco.

¿Él acababa de decir eso?

Odiaba tener un hermano tan machista.

—Voy a hacer como que no acabas de decir eso.— murmuré negando con la cabeza, sin dale tiempo a responder subí a mi habitación para cambiarme de ropa y ponerme el pijama.

Me miré en el espejo de la puerta del armario y solté un largo suspiro.

Mi estilo de vida no era el que alguien deseara, nada en mí era lo suficientemente bueno.

—Eres patética, Keshia.— me dije a mi misma, mirando el reflejo del espejo. Aprieto los labios para no decir algo más y cierto la puerta con fuerza, no quería seguir mirándome, no quería seguir torturándome a mí misma.

Até mi cabello de mala manera, dejando un par de mechones sueltos que no me molesté en recoger. Me dejé caer en la cama, cerrando los ojos para no ver el techo de color blanco de mi habitación.

Zabdiel se paseaba por mi mente, sus palabras, su propuesta, el tono de su voz, la forma en la que sus ojos me miraban, él.

El encuentro en el casino fue una cosa pero el reencuentro en su departamento fue algo completamente diferente.

A pesar de que no estaba en el trabajo seguía manteniendo la postura de elegante y formal, no lo conocía lo suficientemente bien como para opinar de él pero aparentaba ser el típico hombre que seguía la normas al pie de la letra, en él cuadraba la palabra perfecto.

Cuando me quiero dar cuenta de lo que estoy haciendo ya tengo la maleta de color morado encima de la cama y con las puertas del armario abiertas de par en par. No tenía demasiada ropa, he hecho tenía un par de prendas para el verano y otras tantas para el invierno, nada del otro mundo. Meto lo necesario en esta, reparando también en un pequeño neceser en donde meto lo básico para el aseo. Una vez que todo está listo me encargo de meterla debajo de la cama, todavía no tenía ni idea de cómo iba a decirle esto a mi hermano.

—Keshia, deberías de ir haciendo la cena.— dijo él dando un par de golpes en la puerta de mi habitación.

Miro el reloj y frunzo ligeramente el ceño al ver que tan solo eran las ocho y media de la tarde.

—¿Ya?

—Si, ya.— respondió.

Inflé mis mejillas antes de abrir la puerta, me lo encontré a tan solo centímetros, sus ojos estaban rojizos por lo que me fue fácil adivinar qué había estado haciendo toda la tarde.

—Bien, iré a preparar la cena.— dije antes de bajar las escaleras, él no tardó demasiado en hacer lo mismo.

La pequeña mesa que había en la sala estaba repleta de latas vacías de cerveza, me mordí los labios para no decir nada al respecto mientras que limpiaba todo el desastre. Lo vi acomodarse en el sofá y reír sin ningún motivo.

Genial, borracho y contento.

Me encaminé a la cocina, la nevera estaba casi vacía al igual que las lacenas, con suerte daría para unos dos o tres días más...

—Hay que ir a comprar.— escuché que decía mientras que prendía otro cigarrillo.

—Pues a ver de donde sacamos el dinero para ir.— respondí en voz baja.

—¿Has dicho algo?

—Si, que no tenemos el suficiente dinero como para mantenernos... Esto no estaría pasando si tú no fueras al casino todos los malditos días y gastaras tu dinero en estupideces.

—No tienes derecho a reclamarme nada.

¿Ah no?

Me callo las ganas que tengo de reclamarle, sé que si lo hago todo terminara mal y ese no es el plan.

—Tengo algo que decirte...

—¿Qué?

—En dos días no estaré en casa.— solté —. Encontré un nuevo trabajo y...

—No necesitas un nuevo trabajo.

—Lo necesito, no llegamos a fin de mes.— espeté dando con mis manos en la mesada.

De solo recordarlo me hervía la sangre, no podía ser la única que hacía algo por la familia, si él trabajara las cosas serían más fáciles...

La propuesta de Zabdiel había sido la luz entre toda la oscuridad, y sinceramente, estaba más que agradecida. Tan solo me quedaba ser lo suficientemente eficiente en el trabajo...

Magnate De JesúsWhere stories live. Discover now