Capítulo 24

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Keshia Miller

Me es imposible concentrarme en el libro que tengo en las piernas y estoy intentado leer, por mi mente no dejan de aparecerse las amigas que había hecho en la isla y lo tanto que las echaré de menos ahora que estamos volando de vuelta a Estados Unidos.

Me atemoriza saber lo que me encontraré a la vuelta, mi hermano no tenía fama de ser un hombre pacífico... Me había escapado, literalmente, ya que él no quería que fuera a Skópelos con Zabdiel.

¿Que pasaría ahora con él?

Era más que obvio que estaría enojado conmigo por lo que había hecho.

—Hey, bonita.— llamó mi atención Zabdiel sentándose en el asiento que estaba enfrente—. Te noto muy pensativa, ¿pasa algo?

—Nada.— niego con la cabeza.

—Sabes que puedes contármelo, no voy a juzgarte.— me hace saber.

Tomo una profunda respiración mientras lo miro, tenía ese don de transmitirme calma, paz y tranquilidad. Y en momentos como el de ahora donde todo en mi era agobio se agradecía que estuviera presente.

—Tengo miedo.— confieso.

El decirlo en voz alta solo hace que asuma la realidad y me de cuenta de que las cosas no estarán tal cual las dejé cuando partí. Mis actos tendrían consecuencias en un futuro... H ese futuro estaba cada vez más cercano.

—Sabes que haré todo lo que esté en mi mano para que no te sientas así.— susurró levantándose para acercarse a mi—. ¿Por qué razón tienes miedo?

—Por mi hermano... No sé cómo será la convivencia a partir de ahora, no tengo ni la menor idea de cómo vaya a reaccionar a mi regreso.

Las lágrimas amenazan con salir de mis ojos, Zabdiel me envuelve con sus brazos y es suficiente para que me rompa. Sollozo, dejando que mis lágrimas caigan en su camisa y la mantengan húmeda.

—Todo en esta vida tiene solución.— susurró en mi oído—. Te acompañaré hasta casa para aclarar las cosas con tu hermano y si tú quieres, yo estaría más que feliz de tenerte en mi departamento.

—Eso es demasiado...

—No voy a presionarte, sé que es muy pronto para vivir juntos pero también sé que no será muy diferente a lo que estábamos haciendo en Skópelos... A mi me encantaría.

A mi también... Pero eso ya sería abusar demasiado de la confianza.

Pasarse el día entero con el magnate de Jesús pintaba muy entretenido e interesante...

—Piénsatelo, todavía nos quedan horas de vuelo.— dijo besando mi frente—. Y, por favor, no llores... Eres demasiado bonita como para que tus ojos estén rojos de tanto llorar y que las lágrimas corran por tus mejillas.

Sus dedos pulgares borran los rastros de lágrimas de mi rostro antes de dedicarme una sonrisa de labios pegados.

Se saca el teléfono de uno de sus bolsillos y me lo entrega, yo lo miro confusa por la acción.

—Las Marías no han dejado de joder por dm, creo que ya te echan de menos.— dijo encogiéndose de hombros—. Conversa con ellas, no es bueno que te atormentes el pensamiento con lo que te encontrarás al volver.

Como siempre, tiene razón.

Hablar con ellas me puso de un mejor estado de ánimo, habían llevado a Sirio al veterinario para vacunarlo y el pobre perro odiaba las vacunas. María no hacía más que repetir que tenía hambre y María se limitaba a responder que no sería ella quien hiciera de comer ese día porque no le tocaba.

Me despido de ellas cuando aterrizamos en tierra estadounidense, le entrego el teléfono a Zabdiel y trago saliva cuando me toca bajar a mi primero.

El clima de aquí no se comparaba ni en lo más mínimo con el de Grecia... Definitivamente, quería volver.

—Ellos se encargarán de llevar nuestras cosas, ¿quieres que vayamos ya a tu casa?— preguntó Zabdiel pasando uno de sus brazos por mis hombros.

—Si no es molestia para ti...

—Nada que tenga que ver contigo será una molestia para mi.— dice besando mi mejilla—. Sube al coche, conduzco yo.

—Pensé que lo haría el chófer...

—Él irá en el otro coche.— dijo señalándolo con la mirada—. Te prometo que conduzco bien.

Lo miro burlona, pero en realidad tenía razón una vez más. Conducía de maravilla.

No sentí nervios durante todo el trayecto pero cuando estacionó frente a mi casa volví a sentir temor.

—Calma, bonita, estoy aquí contigo.— me recordó mirándome.

—Por favor, no me dejes.— le pedí mientras salíamos del coche, caminamos hasta la puerta e hice soñar esta dando un par de golpes con mis nudillos.

Una de las manos de Zabdiel se posó en mi espalda baja y se dedicó a acariciarme hasta que la puerta fue abierta.

Mi hermano tenía uña ojeras más grandes que las ganas que le tengo yo al magnate, llevaba un cigarrillo en la mano de esas substancias que a mi me desagradan y apestaba a ese licor que solía tomar los fines de semana.

—Hermanita.— pronunció burlón—. ¿Ya te has cansado de follarte a un multimillonario?

—Yo no...

—No te atrevas a negarlo, la jodida cuenta del banco está a puro reventar y ahora llegas con este hombre a casa.— rió irónico—. Pensé que se trataba de trabajo.

—No es lo que parece...

—Me importa una mierda lo que hagas o dejes de hacer con tu cuerpo, todas las mujeres sois iguales.

Que te lo diga un hombre duele, pero que sea tu hermano el que diga estas cosas duele todavía el doble.

—Cuñado, no sigas por ahí.— dijo Zabdiel negando con la cabeza—. A las mujeres hay que respetarlas y más aún si se trata de tu hermana, vuelve a decir algo de ese estilo y te juro que se me olvida que ahora somos familia.

—¿Quien cojones te crees?

—No me creo, soy.— dijo seguro de sí mismo—. El magnate de Jesús, un placer conocerte.

—No me jodas.— murmuro volviendo su vista a mi—. Puta de las finas.

Sentí a Zabdiel moverse a mi lado así que me veo en la obligación de agarrar uno de sus brazos, sabía cual era su siguiente paso y no estaba dispuesta a eso.

—Ha sido una pérdida de tiempo.— musité—. Por favor, vámonos.

Sus ojos hicieron contacto con los míos, sentí sus músculos destensarse bajo mi agarre antes de que asintiera ligeramente y me guiara de vuelta al coche.

Magnate De JesúsWhere stories live. Discover now