Capítulo 7

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Pasan de las once de la noche y no he tenido señales de Harry

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Pasan de las once de la noche y no he tenido señales de Harry. Ni siquiera me ha enviado algún mensaje para avisarme que quizá no vendrá, y no sé si debo seguir esperando.

La desilusión es más grande que la preocupación que me da el pensar que tal vez pudo haberle pasado algo, porque una parte de mí me dice que Harry no es tan descortés como para dejarme plantada de esta manera.

He pensado en llamarlo más veces de las que me gustaría admitir, sólo para averiguar si se encuentra bien, pero el recuerdo de la chica me lo impide. ¿Y si tienen algo? Sólo voy a arruinarlo.

Un suspiro pesarosos abandona mis labios en el instante que me dejo caer en el sofá. Estoy agotada y, aún así, decido esperar otro poco porque tengo fé en Harry.

Me recuesto en el mullido colchón, con el celular en la mano por si llama. Mi vista está clavada en las sombras del rincón, cerca de la ventana que apenas y deja pasar la luz del farol que ilumina la calle.

Desde que Harry me dijo que quería hablarme sobre algo, no he dejado de intentar averiguar qué es. No tenemos mucho qué compartir, por no decir que nada. Es por eso que me quedo esperando aquí, pese a que quiero largarme a dormir.

Me siento como una adolescente desesperada, alerta a cualquier sonido allá afuera y esperando un aviso en mi celular que me diga que Harry está aquí.

Sin embargo, no sé cuánto tiempo pasa y sigo sin tener alguna señal.

Mis ojos comienzan a sentirse pesados y a escocer por el sueño.

La luz del pasillo se enciende, lo que indica que Jenna ha despertado de su siesta infinita y está lista para devorarse todo lo que hay en la nevera.

Me incorporo para sentarme cuando escucho sus pasos por el pasillo; ella enciende todas las luces a su paso y casi grita del susto cuando me encuentra sentada en medio de la oscuridad.

—¡Carajo! ¡Haz un maldito ruido o algo! —chilla. Suena molesta, más allá de lo asustada que pueda estar.

Sus pantuflas se arrastran por el suelo hasta llegar a la cocina. La veo abrir cada puerta de la alacena buscando algo de comer y saca lo primero que encuentra en cada cajón para armar algo seguramente asqueroso a la vista.

Lleva ignorándome desde hace dos días con justa razón y, sinceramente, no he tenido la decencia de pedirle una disculpa por mi comportamiento. Además, aunque me cueste aceptarlo, su indiferencia me ha hecho recodar algunas de las ocasiones en las que fui grosera con ella, porque si lo pienso un poco, desde que llegó a mi vida, su actitud siempre estuvo a la defensiva conmigo. Y la verdad es que no la culpo...

Dejo escapar un suspiro cuando me pongo de pie para llegar hasta la barra. Jenna está al otro lado de la cocina, donde no me atrevo a poner un pie sin sentir que sobrepaso nuestros límites, porque pareciera que hemos vuelto a ser como perros y gatos.

Todo lo que fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora