Capítulo 33

958 61 5
                                    

Debo estar hecha un desastre, pero la verdad es que no me importa mucho

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Debo estar hecha un desastre, pero la verdad es que no me importa mucho. He dormido tan poco los últimos días que, al despertar, sólo me quiero dormir cinco minutos más. No me he dado tiempo para arreglarme como normalmente lo hago, y me presento a trabajar como juré jamás hacerlo.

Sin embargo, nadie en la empresa me juzga y Joseph parece entenderlo perfectamente. Además, ¿qué van a decirme? Mi padre es su jefe.

Cuando las puertas del ascensor se abren, lo primero que veo al final del pasillo es a Joe sentado sobre una de las esquinas del escritorio de Miranda, quien lo mira como si fuera el hombre más increíble.

No es nada nuevo, así que no me sorprende en absoluto.

Él se pone de pie y guarda ambas manos en los bolsillos de su pantalón, mientras que la chica se acomoda en su asiento.

—Buenos días —saludo, un poco apenada por...

—Llegas tarde —sisea Joseph, con aires de autoridad. Sus ojos barren la extensión de mi cuerpo y, por primera vez en días, me avergüenzo de mi aspecto.

Decido no tomarle importancia a la repentina actitud del hombre, así que me dirijo nuevamente a Miranda:

—Buenos días —digo, con mejor cara que antes.

—Buen día, señorita Dawson —responde, amable.

Joseph mira a la mujer con una sonrisa llena de disculpa y se dirige hacia la entrada de la oficina que comparte conmigo.

—Espero que vengas con ganas de trabajar porque tenemos mucho qué hacer el día de hoy —dice cuando entro a la oficina.

Camino directamente a mi escritorio y dejo mis cosas para sentarme en la silla, todo lo hago mientras siento su mirada sobre mí.

—¿Quieres un café? No te ves muy bien —nota, pero no puedo descifrar si lo hace con consideración o sólo está burlándose.

—Estoy bien.

—De verdad —insiste, y esta vez lo escucho sincero.

—Eres muy amable...

—Ve por él —me interrumpe—. Te esperaré aquí con tu parte del trabajo. De cualquier modo, ya llegaste tarde.

«Maldito imbécil».

—Dije que así estoy bien —mascullo, en cambio.

—Como quieras —hace un ademán para restarle importancia mientras camina hacia su escritorio, del cual toma una pila de hojas y las coloca sobre el mío—. Ya perdimos mucho tiempo y hay trabajo que hacer.

Ya no digo nada al respecto, pese a que no me agrada que me repita mil veces el hecho de que se me hizo tarde.

Durante el transcurso de la mañana trabajo en silencio; trato de no dirigirme a Joe si no es meramente necesario. Incluso, cuando se llega el mediodía, para evitar alguna otra referencia de su parte, no me tomo el tiempo que suelo usar para comer.

Todo lo que fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora