Capítulo 1

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La vergüenza quema, la ira arde y la humillación me hunde

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La vergüenza quema, la ira arde y la humillación me hunde. Quiero gritar y golpear todo a mi alrededor, pero me contengo, sólo porque me urge salir de aquí.

No soporto más verlo así, con la ropa desarreglada y el cabello en todas direcciones, siendo prueba de la traición que ha cometido.

—Qué asco —es lo único que digo antes de marcharme.

—¡Noah! —me llama.

Mi nombre suena en sus asquerosos labios cuando comienzo a avanzar hacia la salida del apartamento de... mi novio. Él me sigue y hace el intento de retenerme pero aprieto un poco más el paso hasta que él se rinde y dejo de escucharlo.

Cuando subo a mi auto y el silencio me ensordece; lo único que quiero hacer ahora es borrar la maldita y asquerosa imagen de mi novio desnudo teniendo sexo con su vecina.

Me pregunto desde cuando me estuvo viendo la cara de idiota.

Reprimo el impulso que tengo de regresar ahí y preguntárselo directamente pero decido que no lo haré y que desde ahora ya no tengo novio.

Sin embargo, allí, sola, recordando que he venido a informarle sobre mi retraso, sólo soy capaz de llorar. He pasado días enteros con el miedo recorriéndome por la venas, con la preocupación cegándome los sentidos, esperando a que me venga el periodo, pidiéndole a Dios que sea sólo un estúpido retraso, mientras que él se divierte acostándose con la chica de al lado.

Me pregunto qué he hecho para merecer esto. ¿Qué, en el infierno, estoy pagando?

Maldigo todo. Maldigo mi vida, maldigo a Chad y toda su existencia. Me maldigo a mí misma por haberme equivocado de esta manera. Lo hago mientras golpeo el volante de mi auto. Las manos comienzan a dolerme pero no me detengo hasta que, accidentalmente, presiono el claxon justo cuando un anciano pasa frente al vehículo y se asusta con el sonido.

En su expresión, puedo notar que no se encuentra bien.

Voy a causarle un infarto. Voy a matarlo.

Me bajo del auto rápidamente y me acerco al hombre.

—Dios mío. Lo siento tanto. Fue accidente. ¿Se encuentra bien? —inquiero cuando ya estoy demasiado cerca.

Él, con una mano en el pecho, se incorpora para recuperar el aliento y me pide, con la otra mano abierta, que espere un momento.

Impaciente, lo hago. Me quedo de pie, observándolo por lo que parece una eternidad hasta que finalmente me mira.

Es muy anciano. Puedo calcularle al menos unos ochenta años. Viste una gabardina negra que le llega por debajo de las rodillas, también una bufanda oscura y en su cabeza lleva una boina. Viste demasiado bien y luce fuerte, así que me doy la libertad de tranquilizarme un poco.

—¿Qué puedo hacer por usted? —me ofrezco.

—Mi nieto vive muy cerca de aquí. A dos calles. ¿Podrías acercarme? —suena agitado. Aún está recuperándose del susto.

Todo lo que fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora