Capítulo 8

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Hace un frío de mierda y aún aquí, afuera del lugar, sigo dudando en entrar o no

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Hace un frío de mierda y aún aquí, afuera del lugar, sigo dudando en entrar o no. Debe haber tanta gente que ni siquiera se podría respirar allí dentro. Puedo escuchar la música tan alta desde aquí y, el solo hecho de imaginar cómo debe ser el ruido allá dentro, me ensordece de manera insoportable.

Sólo será un rato, Noah, no seas descortés.

Un suspiro derrotado brota de mi garganta y me dispongo a entrar al bar, sólo porque he pasado a comprarle un regalo.

Afortunadamente no hay tanta gente como imaginé. Quizá es por el inicio de semana, aunque no necesita ser viernes o sábado para que este lugar estalle de gente.

Desde la entrada busco a mis compañeros de trabajo pero no soy capaz de encontrar, si quiera, la melena rubia de Tessa y sus 1.75 m. de altura.

—Buenas noches —una chica con uniforme se acerca a mí rápidamente con una tableta electrónica en la mano—. ¿Tiene reservación o ya la esperan?

—Sí, hay una reservación a nombre de Gabriel Diaz.

Ella teclea algo en la pantalla de la tableta y me mira justo después.

—¿Me permite su identificación? —me pide.

Por un momento la miro confundida porque no creo parecer una niña, pero entiendo que está haciendo su trabajo, así que me limito a buscar mi billetera en mi bolso para sacar el documento.

—Sally, no hace falta. Déjala entrar, la conozco —una voz femenina hace acto de presencia y debo levantar la cabeza para averiguar de quién se trata.

Cabello rizado, mirada felina y sonrisa encantadora.

Me toma un par de segundos relacionar su voz con aquella que escuché por el altavoz de mi celular la noche anterior, cuando llamé a Harry. No obstante, no me cuesta nada recordar su alocado y hermoso cabello.

Es mucho más impresionante de cerca.

Ella me hace una señal para que me acerque, pero yo miro a la chica que me cuestionaba porque no podría simplemente pasarla de largo para irme con una completa desconocida que dice saber quién soy.

La chica con uniforme me sonríe a cambio y entonces entro.

Guardo mi cartera al tiempo que me alejo de ella con la confusión en el rostro.

—Por favor, ignora eso. Sally siempre hace su trabajo y a veces es muy intensa —la disculpa—. Ya sabes; no vas a pedirle identificación a un adulto de sesenta años, ¡pero descuida! No estoy diciendo que luzcas mayor ni nada —un quejido avergonzado brota de su garganta, y no puedo evitar mirarla como lo hago—. Sí, también puedo ser muy intensa a veces.

—Está bien —sonrío amable y ella hace lo mismo.

—Entonces, Noah, ¿verdad? Harry me habló de ti. Ayer fui a recogerlo, ¿sí me recuerdas? Me llamo Diana.

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