Capítulo 28

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Han pasado casi dos semanas ya desde que me instalé en el penthouse de mi padre y, aunque me cueste admitirlo, he disfrutado mi estancia aquí

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Han pasado casi dos semanas ya desde que me instalé en el penthouse de mi padre y, aunque me cueste admitirlo, he disfrutado mi estancia aquí. Realmente se sienten como unas vacaciones, a excepción de que no puedo comer lo que quisiera.

Michael me ha consentido bastante y pasa conmigo la mayor parte del tiempo.

El lugar donde vive tiene su propia sala de cine, un gimnasio y, en la terraza, cuenta con alberca y un mini bar, por lo que no he encontrado la necesidad de salir.

Jenna me llama casi a diario y, cuando no puede, me envía mensajes para preguntar qué tal me va. Dice que no ha visto a Chad y la realidad es que también dejé de saber se él desde hace varios días. Me contó que volvió a salir con Gabriel y que Tessa fue a buscarme cuando le avisé, por mensaje, que me iba de la ciudad por un tiempo.

Ha intentado comunicarse conmigo, pero sinceramente no creo ser capaz de hablar con ella porque sé que no seré capaz de mentirle, y tampoco quiero contarle que perdí al bebé, al igual que ella. Así que me limito a responderle alguno que otro mensaje, sólo para no angustiarla.

Por otro lado, me siento mucho mejor de salud, aunque todavía me mareo cada vez que me levanto de la cama o hago algún movimiento brusco, pero al menos ya no soy una debilucha dependiente de las personas a su alrededor.

—Ahora sí podemos empezar la película —dice Michael apenas entra a la sala. Lleva consigo una caja de donas; no de las que solía comprarme cuando niña, pero no importa.

—Pero no puedo comer eso —le recuerdo.

—Ya has tenido suficiente de esa dieta desabrida. Hoy podemos darnos un descanso —él sonríe cómplice y yo no puedo evitar hacerlo también.

Sus manos se mueven ágiles y cuidadosas para abrir la caja, la cual está llena de donas de diferentes tamaños y sabores.

Tomo la que tiene cubierta de chocolate y no me importa si me ensucio los dedos en el proceso. Mi padre está apunto de hacer lo mismo, pero justo entonces su celular suena.

—Olvidé silenciarlo —se queja, mientras se estira sobre el asiento para sacar el móvil del bolsillo de su pantalón. Y una vez en sus manos, me mira un segundo—. Debo contestar. Sólo era un momento —se disculpa y se pone de pie para tener mayor privacidad, aunque apenas se ha apartado un metro cuando mucho.

—Hola, Cielo —dice al teléfono, y no hay que tener dos dedos de frente para adivinar de quién se trata—. Justo ahora estoy con mi hija, pero, ¿qué tal por la noche?

Decido darle esa privacidad que buscaba y, mientras él termina la llamada, yo me distraigo en mi celular también. Por suerte, no pasa mucho cuando él vuelve a sentarse a mi lado.

—¿Te gustaría cenar con Rebecca y conmigo esta noche? —inquiere, despreocupado, ignorando, tal vez, que es la primera vez que escucho ese nombre.

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