Capítulo 17

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La melena rubia de Tessa es lo primero que veo cuando salgo de mi oficina para averiguar por qué todo el que pasa por aquí voltea a verme como si se tratara de mi propio funeral

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La melena rubia de Tessa es lo primero que veo cuando salgo de mi oficina para averiguar por qué todo el que pasa por aquí voltea a verme como si se tratara de mi propio funeral.

Gabriel no está en su oficina. Nadie parece estar trabajando.

—¿Qué pasa? —pregunto cuando me acerco a Tessa. Ella, indiferente, de encoge de hombros y se aparta.

La indignación no tarda en instalarse en mi pecho. Quiero ir tras ella y rogarle que no necesita ser tan cruel conmigo, pero me contengo porque no tengo el derecho de pedir algo que no le di antes.

Los murmullos se hacen escuchar  cuando, por el vidrio esmerilado de la oficina de Andrew Donovan, dos siluetas se acercan a la puerta.

Debe tratarse de alguien importante como para que todos estén atentos de quien sea que vaya a salir por ahí, así que me cruzo de brazos a esperar.

Varios ojos miran en mi dirección, unos curiosos, otros aterrados, y la duda detona en mi sistema.

No es hasta que una de las siluetas varoniles camina hasta la puerta, que todos vuelven apresurados a su área de trabajo.

La puerta se abre y es Chad Anderson quien sale de allí. Detrás suyo, el jefe, quien sonríe con suficiencia cuando me encuentra de pie, a varios metros de distancia, seguramente con la expresión desencajada y el horror en la mirada.

Chad se abstiene de mirar a los demás empleados. Su vista se mantiene baja, en dirección al hombre de cabellos rubios a su lado.

Un nudo se construye en mi estómago. Quiero salir corriendo de aquí, pero mis pies se han anclado al suelo en el que estoy parada. Todos mis músculos están agarrotados. No sé si es por el coraje que me provoca ver a Chad o por la incertidumbre que me transmite la mirada de Andrew.

Ellos estrechan sus manos al tiempo que cruzan algunas palabras que no soy capaz de escuchar por la distancia. Seguido de eso, mi exnovio, sin mirar a nadie alrededor, camina por el pasillo hasta la salida.

Andrew, por el contrario, los observa a todos con detalle; ellos fingen estar trabajando, pero el hombre sonríe con diversión y luego me mira.

Con un movimiento de cabeza, me ordena que lo siga. Sus pies regresan sobre sus pasos hacia el interior de su oficina. A mí me toma varios segundos —quizás minutos— en despegar mis pies del suelo para ir tras él.

Cuando lo hago, los murmullos no tardan en llegar a mis oídos. Quiero fingir que no los escucho, pero ver a Chad aquí, luego de un mes, luego de todo, es un chisme del que sé que seré víctima por varios días.

—Cierra la puerta, por favor —la voz de Andrew casi me hace saltar en mi lugar. Es un hombre que da miedo solamente con escuchar el sonido fuerte de su voz.

Hago lo me pide, pero no me muevo de mi lugar. Lo miro desde aquí. Él se deja caer en su silla detrás del escritorio.

Nos quedamos en silencio durante lo que parece una eternidad. Sus ojos castaños me miran detenidamente, pero no dejo que su mirada imponente me amedrente.

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