Capítulo 35

1.4K 56 39
                                    

Hace bastante tiempo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Hace bastante tiempo... años, en realidad, que no me sentía de esta forma: con la adrenalina calentándome la cabeza, provocándome mil escalofríos. Incluso, se siente como si pudiera hacer mil cosas a la vez. Es una energía que no puedo explicar, pero me gusta..., y sé que Joseph siente lo mismo.

Al principio, su caricia es lenta, dubitativa... temerosa. Sin embargo, el agarre de sus manos en mi cuerpo es fuerte y seguro. Al cabo de unos segundos, el beso se intensifica y Joseph me empuja suavemente hacia la pared más cercana hasta que mi espalda golpea en ella.

El corazón me late tan fuerte contra las costillas. Es cierto que me gusta lo que Joe me hace sentir, pero no es nada comparado a lo que sentí con Harry.

Con él, se sintió como si el mundo se derrumbara ante mis pies; como el mar estallara contra mi espalda y sólo pudiera sostenerme de él.

Joseph es mera pasión. Lo siento en cada movimiento de su boca, en cada roce de sus manos. Él provoca que cada poro de mi piel se erice y mi mandíbula se tense en un intento de contener el deseo que tengo de quitarle la ropa aquí y ahora.

En entonces cuando soy consciente de lo que sucede, de la Noah que estoy conociendo y que reprimí todo este tiempo.

—Vámonos de aquí —sugiero entre besos.

Joe se aparta lentamente y me mira confundido.

¿Qué? —inquiere, como si no creyera lo que acabo de decir.

Por un momento me siento avergonzada y pienso que me estoy equivocando, pero él no me ha quitado las manos y su pelvis está junto a la mía.

Me relamo los labios y, con tono sugerente, le digo:

—¿O me vas a decir que toda esta tensión sexual es imaginación mía?

Sus cejas se enarcan y se echa para atrás. Su gesto es nervioso, y lo sé porque me quita la mirada de encima y se da la vuelta.

—B-Bueno... —vacila un poco—, no te voy a mentir, Noah, tú me encantas. ¡Es cierto! —me mira y mi estómago revolotea cuando dice aquello—. Pero, ¿qué hago si tu padre se entera?

Una sonrisa se apodera de mis labios, pero la escondo con mis dedos. No puedo evitar querer acunar su rostro entre mis manos porque, justo ahora, parece un niño asustado.

Esta vez soy yo quien acorta la distancia y lo rodeo hasta quedar de frente.

—No tiene por qué enterarse. Además ya no somos unos niños, Joseph —le digo, con toda la tranquilidad.

Él me observa durante unos segundos, paciente. Su semblante ahora es sereno, pero en sus ojos cafés hay una tormenta.

—Preciosa —dice y me toma el rostro con ambas manos—, no tienes idea.

Dicho eso, se da la media vuelta y se dirige hacia la puerta, dando por zanjado el tema. Sin embargo, mi ego dañado se rehúsa a permitir que me deje así.

Todo lo que fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora