Capítulo 37

1.2K 156 154
                                    

Santiago manejó animado un largo trecho que reconocí una vez que salimos de la ciudad pero no dije nada al respecto

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Santiago manejó animado un largo trecho que reconocí una vez que salimos de la ciudad pero no dije nada al respecto. El sol ya no nos acompañaba en la ruta pero no importaba, no tener un paisaje que observar era un detalle que pasaba desapercibido para nosotros, la charla sin sentido consumía nuestra atención. Casi siempre era de esa manera, hablábamos de cualquier cosa perdiendo la noción del tiempo, nos divertía ser opinadores de cosas irrelevantes. A veces Santiago quedaba abstraído sin darse cuenta, con cara de estar pensando algo importante, hasta que yo le hablaba o él solo volvía a la realidad, pero no ese día, no dejó que ninguna otra cosa ocupara su mente más que la charla. Cuando ingresamos al minúsculo pueblo hice mención del hecho que estaba ocurriendo.

—Me alegra saber que te gustó el lugar.

—Es una buena alternativa a la playa.

Todo seguía igual, ninguna piedra cambiaba de lugar, hasta los carteles precarios seguían ahí, pero esos mismos detalles lo volvían familiar. No había autos en el estacionamiento, el clima más fresco y la noche que caía más temprano espantaba a los visitantes diurnos antes de que cayera el sol, si es que existían las visitas de día. Había un viento fuerte que golpeaba a los árboles, árboles que me ganaban en edad con facilidad, haciendo un sonido escandaloso pero que se me hacía tan relajante como el de la lluvia. Muchas hojas rodaban por el suelo y muchas caían sin cesar en consecuencia. Me daban ganas de quedarme ahí, observando y escuchando, como el citadino desacostumbrado a la naturaleza que era, impresionado por un puñado de hojas que volaban. Santiago me sorprendió abrazándome por la espalda.

—¿Tienes frío?

Aunque no llevábamos la ropa indicada, se resistía.

—No, ¿tú?

—Tampoco.

Caminamos hacia la vereda apenas iluminada por las lámparas que no dejaban de moverse y daban la sensación de estar a punto de caerse en cada vaivén. Con ese clima parecía más un pueblo fantasma que un balneario, totalmente desolado, no cruzamos a ninguna persona hasta llegar al restaurante donde se ocultaban algunos que miraban un partido de fútbol. No utilizamos menú y decidimos pedir el plato del día, una comida prometedora de guiso con cerdo para enfrentar la temperatura fresca. Si bien apreciaba la comida de mi madre, ella era una persona más volcada al uso del horno que a las comidas sencillas, al menos cuando estábamos de visita. Mientras esperábamos la comida, nos quedamos un poco absortos con la oscuridad más allá de las lámparas que se movían, era inevitable querer mirar esa nada llena de ruidos provocados por el viento y el agua.

—Es una lástima que mañana tengamos que trabajar —comentó Santiago— sino podíamos ir más lejos.

—¿Qué tan lejos?

—La playa —respondió con una sonrisa.

—Habríamos llegado de madrugada —dije riendo ante la idea.

Colores primariosWhere stories live. Discover now