Capítulo 21

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Manejé casi dos horas por ruta mientras oscurecía, Santiago no hacía más intentos de obtener información sobre nuestro destino pero estaba interesado en adivinar y verificaba con un mapa en su celular las opciones más realistas

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Manejé casi dos horas por ruta mientras oscurecía, Santiago no hacía más intentos de obtener información sobre nuestro destino pero estaba interesado en adivinar y verificaba con un mapa en su celular las opciones más realistas. Cada tanto perdía la señal en el teléfono complicando su búsqueda y me dedicaba miradas de sospecha. Al salir de la ruta observó extrañado el sitio al que llegábamos: un pueblito tan pequeño que hasta el diminutivo le quedaba grande. Habían algunas casas de las pocas personas que habitaban la zona perdidas entre árboles y solo la calle principal estaba pavimentada. Al avanzar nos cruzábamos con autos que se retiraban del lugar y en el único estacionamiento, libre de barreras y de personal, vimos las últimas familias que se preparaban para irse. Carteles rústicos le dieron aviso a Santiago de que estábamos en un balneario pero estos sirvieron para dejarlo más confundido.

—Hace años tuvimos que parar aquí con mi familia por un problema con el auto mientras volvíamos de vacaciones.

Pero un balneario no era un lugar para visitar de noche.

—Se me ocurrió que podíamos cenar en un lugar alejado —justifiqué vagamente.

La playa era muy pequeña y alguien nos avisó que no podíamos adentrarnos. Quedaban muy pocas personas, la actividad del día se había terminado y los pequeños locales cerraban. El sendero que nacía en el estacionamiento y costeaba la playa apenas estaba iluminado, solo lo suficiente para no perderlo de vista. Camino a un restaurante local, Santiago se detuvo mirando hacia la oscuridad de la playa.

—Creo que ya sé por qué estamos aquí.

Pero su comentario sonó mucho menos feliz de lo que esperaba. Desde allí, un lugar minúsculo en la nada, el cielo se veía más grande y más estrellado en comparación a la ciudad.

—¿No te gusta? —pregunté preocupado por su reacción.

—Me gusta mucho —respondió lleno de melancolía.

Respiró aliviando su expresión, desechando lo que sea que lo había entristecido.

—Vamos a cenar —pidió con más ánimo.

Me hubiera gustado mucho poder ir a una playa de verdad pero era algo que demandaba más horas de viaje y, como mínimo, pasar la noche en un hotel. Ese habría sido mi plan ideal pero no podíamos gastar dinero en semejante hazaña.

El restaurante era pequeño, sencillo y con un menú limitado, dentro estaban las últimas visitas del balneario que cenaban antes de regresar a sus casas. La comida tenía ese sabor casero que en la ciudad no se conseguía y eso dejó fascinado a Santiago. Su entusiasmo se trasladó a un obligado postre porque decía que no podía desaprovechar una oportunidad como esa. Se mostraba contento ante la sorpresa que le había dado, todo lo que nos rodeaba llamaba su atención y le sacaba una sonrisa. Le daba gusto la simpleza del restaurante, la precaria luz sobre el sendero, el inexplicable crujido del piso madera, el gato del local que se paseaba por todas partes y el viento que movía las plantas. Para nosotros, personas urbanas, era fácil caer bajo el encanto de la sencillez.

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