Capítulo 9

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Ese domingo recibí la llamada más inesperada que podría haber recibido de mi hermano

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Ese domingo recibí la llamada más inesperada que podría haber recibido de mi hermano. Demasiado temprano sonó mi celular por lo que atendí medio dormido. Gabriel hablaba raro, ansioso y en voz baja. De todo lo que dijo lo único que entendí y, fue suficiente para despabilarme, era que quería que vaya a buscarlo a una comisaría. Traté de preguntarle qué había pasado pero él respondía que no debía preocuparme pero que me apurara. Así que me encaminé con Santiago que escuchó desconcertado la conversación. Jamás estuve en una comisaría y suponía que Gabriel tampoco, así que no sabía con qué me iba a encontrar. Santiago intentaba calmarme insistiendo en que mi hermano estaba bien y eso era lo importante.

Llegamos al lugar indicado, una comisaría pequeña y algo descuidada. Entré tímidamente con Santiago detrás, que era lo único que me hacía avanzar en tan extraño sitio. Lo primero que vimos fue un policía tomando café en un escritorio cerca de la puerta que no nos prestó ninguna atención y luego vi a Gabriel sentado en un área que parecía destinada a la espera. Miraba al suelo preocupado mientras jugaba con su celular. Fui hacia él y recién cuando levantó la cabeza para verme sentí que ganaba cierta tranquilidad. Gabriel desvió la mirada a Santiago.

—No hacía falta que lo trajeras —se quejó murmurando por lo bajo.

Me senté a su lado.

—Eso no importa. ¿Qué pasó?

Otro policía apareció trayendo, por lo que parecía, masas para desayunar. Él sí nos miraba mientras se acercaba a compartir los dulces con su compañero, luego se quedó parado observándonos y el que tomaba café decidió sumarse como espectador. Gabriel lo notó y tiró de mi ropa.

—¿Nos podemos ir?

—¿Qué pasó? —volví a insistir.

—Es mejor que lleven a revisarle el golpe —aconsejó el policía que había entrado con las masas.

Miré a Gabriel con renovada preocupación.

—Me caí —dijo en voz baja tocándose la cabeza.

Volteé al policía que nos miraba, desconcertado ante la posibilidad de que todo se tratara de una simple caída.

—¿Qué pasó? —pregunté al policía, ya que mi hermano no quería cooperar desarrollando la situación.

—Lo atacaron en la vía pública —respondió con voz monótona, como si no fuera un hecho importante.

Luego fue mi turno de tirar de su ropa.

—Atacaron mi auto, no a mí —aclaró para calmarme.

—Pero con usted adentro —agregó el policía.

—¿Nos podemos ir? —volvió a repetir Gabriel antes de que pudiera decirle algo.

Santiago apoyó la idea con una seña.

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