Capítulo 28

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La época de fiestas estaba por acercarse y nosotros no teníamos un árbol de Navidad

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La época de fiestas estaba por acercarse y nosotros no teníamos un árbol de Navidad. Insistí en que debíamos comprar uno, uno pequeño, no solo por el dinero, sino por el poco espacio con el que contábamos. Viviendo solo nunca me llamó la atención algo tan superficial como un adorno para una celebración religiosa en la que no creía, aunque siempre disfruté de sus beneficios como evento familiar. Para mí representaba una excusa, innecesaria a veces, necesaria otras, pero nunca demás, para pulir vínculos. Aprendido a la fuerza de mi madre, que nos obligaba, sin importar los problemas, diferencias o enojos, a no darnos la espalda como familia. Así que no podía ser indiferente a las costumbres navideñas viviendo con la persona que amaba, como expresión y recordatorio del deseo de una unión superior a todo obstáculo. Pero no me animé a darle toda esa explicación a Santiago dada su situación familiar, el rechazo contra el que se enfrentaba ya era amargo por sí solo, no necesitaba palabras que lo ahondaran más.

Acordamos demorar el tradicional armado para el momento en que Iris se encontrara con nosotros. Ella estaba más amigada conmigo y no mandoneaba tanto, al menos no de mala manera. La paciencia rendía frutos. Incluso llegó a mostrar cierto interés en mí un día que quiso saber de qué se trataba mi trabajo. Eran detalles pequeños que me llenaban de tranquilidad, ya no había peligro bajo su mirada, sus celos eran solo celos y no el odio del pasado.

Cuando supo que armaría el árbol de Navidad se puso contenta y le dio gracia el tamaño del mismo porque estaba acostumbrada a los altos como una persona, según su descripción. A pesar de no haber sido planeado, ese detalle permitía que lo pudiera armar sin ayuda, generándole un entusiasmo sin igual. Nos sentamos a verla porque no podíamos participar, decretó que era suyo por ser de su altura y por tal motivo ella era la única que podía decorarlo. A nosotros se nos permitía alcanzarle las cosas y nada más.

—Quedaría mejor si separas las estrellas —aconsejó Santiago ante un amontonamiento de adornos.

—No, no entiendes cómo se hace.

Tampoco podíamos opinar.

No era el árbol navideño más bonito pero su desorden, amontonamientos y desequilibrio en la distribución de adornos, nos representaba.

Iris se veía feliz y Santiago estaba igual de reluciente, en uno de esos momentos donde la tristeza parecía nunca haber existido en sus vidas, de a poco esa visión comenzó a conmoverme más de lo que podía disimular así que hui a la cocina con la excusa de preparar café.

Habían pasado un par semanas desde su operación y en ningún momento dejó de mostrarse animado. Estaba seguro que la aparición de sus padres lo afectaría de mala manera pero terminó convirtiéndose en otro impulso, uno que lo alejaba más de las cosas que lo entristecían. Como si ellos, o su actitud, representaran todo lo que deseaba que desapareciera de su vida. Me sorprendía su determinación, que él no veía como tal, no veía que sus inseguridades no lo detenían, solo veía la inseguridad contra la que luchaba. Después de tantos años sin poder aceptarse, viviendo una mentira que se convertía en una bola de nieve cada vez más grande, decidir cambiar a costa de todo demostraba que valor no le faltaba. Cumplió con su propósito de empezar terapia porque no se andaba con vueltas, no se detendría por nada.

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