Capítulo 30

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Esperé inquieto el regreso de Santiago, saliendo de su trabajo buscaría a Iris como todos los viernes pero ese viernes se reuniría también Julieta

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Esperé inquieto el regreso de Santiago, saliendo de su trabajo buscaría a Iris como todos los viernes pero ese viernes se reuniría también Julieta. Su pedido llegó la misma semana que su visita, no se había demorado en lo absoluto. Podía imaginarme a Iris feliz por estar con sus padres con una necesidad apabullante por retenerlos y deseaba que ese fuera el motivo por el cual se demoraba tanto en regresar. La culpa que Santiago sentía ante Julieta daba vueltas en mi mente porque hasta que él no lo mencionó no se me ocurrió que pudiera existir tal posibilidad. Pero al escucharlo me sonó natural y lógico viniendo de él. Y me sorprendía cómo hacía para no volverse loco al convivir con tantos pensamientos y tantas emociones.

Se hizo de noche cuando llegaron. Santiago cargaba a Iris con una felicidad que delataba las buenas noticias que recibió pero yo tenía que fingir sorpresa. Se detuvo cerca de mí, aún con su hija en brazos, sin planes de bajarla.

—Dile a Dani la nueva noticia —pidió con complicidad.

Ella lo pensó, un poco haciéndose la misteriosa.

—¿Que puedo quedarme hasta el domingo?

—Ajá —respondió a la vez que asentía.

Después del acto me miró con una alegría a la que le faltaba la risa que contenía.

—¿Y la otra noticia?

Pensó una vez más.

—¡Que Navidad es con mamá y Año Nuevo es con papá! —recordó de repente.

—¿Y qué más?

La respuesta a esa pregunta se le complicó a diferencia de las otras, así que Santiago le murmuró una ayuda al oído.

—Cuando papá tenga vacaciones puedo quedarme más días.

Eran muchas noticias y no tuve que fingir sorpresa.

El nuevo acuerdo dejaba a Iris tres días con su padre semana de por medio, el domingo era un día muy anhelado por lo que se repartiría de esa manera. Comenzaba a tener un tinte más justo pero lo que más influía era la tranquilidad de que Julieta no tenía intenciones de guardar rencor, más allá de todo lo que pudiera sentir. A mí se me contagiaba esa tranquilidad, me quitaba un peso de encima saber que mi presencia en la vida de Santiago no sería usada como excusa para un conflicto.

Por otro lado, la idea de que ella estuviera con nosotros en las vacaciones, al menos gran parte, me hizo reconsiderar la propuesta de mi hermano. Quedarnos encerrados tantos días en un departamento no era opción, además de no ser divertido corríamos el riesgo de terminar fastidiados. Una playa daba más posibilidades de compartir buenos momentos que una minúscula sala. Le di luz verde a Gabriel para que arreglara su extraño plan y pudiera, como siempre, hacer lo que quería. Santiago, que no tenía esperanzas de viaje, aceptó la propuesta sin dudarlo.

Tal vez eran muchas emociones para él pero también accedió en acompañarme a la fiesta de fin de año de mi trabajo, sin haberlo pensado mucho, impulsado por la rapidez con que surgían las cosas.

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