Capítulo 24

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Tomé nuestras billeteras y mi celular, tratando de actuar de manera lógica y calmada, áreas que me fallaban en crisis

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Tomé nuestras billeteras y mi celular, tratando de actuar de manera lógica y calmada, áreas que me fallaban en crisis. A Santiago le costó pararse incluso con ayuda, disimulaba todo lo que podía pero los grandes movimientos lo afectaban mucho. Iris complicaba la parte de mantener la calma porque no paraba de preguntarle a su padre qué le sucedía y a él se le dificultaba responder al intentar no demostrar el dolor. Caminamos despacio hasta llegar al auto, no se apoyaba en mí pero agarraba mi brazo con mucha fuerza en su única forma de decirme lo mal que lo estaba pasando porque lo poco que hablaba era para decirle a su hija que se tranquilizara. Sentarse en el auto también fue difícil y dejó escapar un quejido que no pudo contener. Iris parecía querer llorar y estar al borde de empeorar la situación, de puro miedo hacía caso pero también del miedo no lograba acatar todo lo que se le pedía.

Me dirigí al hospital más cercano que cubría su seguro médico, temí llevarlo a uno público sabiendo que podrían demorar en atenderlo. Mi cabeza no colaboraba para bien y recordé las urgencias que me había tocado ver que comenzaban con una situación parecida a la nuestra; las que terminaban mal siempre estaban relacionadas a la atención tardía. Traté de manejar lo más rápido que mis nervios me permitían porque detrás de mí Iris lloraba y Santiago ya no hacía ningún intento de calmarla, se enfocaba en soportar lo que sea que le estaba ocurriendo. Ponía sus manos en su abdomen, que era el lugar de donde parecía nacer el dolor y sus ojos estaban húmedos a causa de la intensidad. Tuve que dejar de ponerles atención para llegar al hospital y de algún lado saqué la concentración necesaria para manejar a pesar de lo que ocurría a mi alrededor.

Estacioné en la puerta del ingreso de emergencias, en pleno paso peatonal, y fui a buscar asistencia. El hospital era uno de esos que eran demasiado grandes, demasiados ostentosos, demasiados iluminados y con demasiado personal. Un médico que hablaba con la recepcionista fue el primero en escucharme y empezó a hacer lo que más necesitaba en ese momento: darme indicaciones. Me pidió respirar para serenarme y entenderme con claridad, era más una maniobra que una necesidad, lo había visto muchas veces en mi trabajo anterior. Un enfermero caminó conmigo hasta el auto donde, después de un par de preguntas, asintió sin dar ninguna opinión. En cuestión de minutos ayudaron a Santiago para salir del auto y pasar a una silla de ruedas. El médico veía mi pánico por lo que me mandó a dejar el auto en el estacionamiento y luego darle todos los datos a la recepcionista, ellos se ocuparían del resto.

Adentro del auto Iris lloraba y preguntaba por su padre.

—Está con los médicos, está bien —respondía con poca convicción.

Le di la identificación de Santiago a la recepcionista, quien se compadecía de la niña que me asediaba sin parar, también intentó tranquilizarla pero fue ignorada. El médico que me había acompañado apareció de la nada, lleno de calma.

—Ya lo están revisando.

Pero no traía novedades, solo volvía a su puesto original.

Lo único que podíamos hacer era sentarnos a esperar, un concepto difícil de entender para Iris que hacía preguntas imposibles de responder. Después de un rato se cansó o me creyó que nada malo pasaba y se calmó un poco. Se quedó parada mirando hacia la puerta de la cual, le había explicado, alguien saldría a decirnos que su padre ya estaba bien. Me era muy difícil transmitirle tranquilidad cuando yo mismo estaba angustiado y con ansiedad miraba la misma puerta.

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