Capítulo 33

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En casa de mis padres Iris fue consentida durante toda la visita, siendo la única niña sin competencia alguna, no recibía un no de parte de mi madre

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En casa de mis padres Iris fue consentida durante toda la visita, siendo la única niña sin competencia alguna, no recibía un no de parte de mi madre. Y donde recibía lo que quería perdía la timidez, así que estaba confiada con mi familia. Pero siendo la única niña tenía momentos en los que se aburría y se aferraba a Santiago, cuando se le pasaba exploraba con curiosidad parte del patio o parte de la casa, nadie le decía nada porque entendíamos que era difícil que se mantuviera entretenida. La cena fue mucho más tranquila, más parecida a una cena normal que a la de una celebración. Santiago también estaba relajado al no tener tanta gente alrededor y charlaba de forma más natural con mi hermano y mi padre; mi madre estaba ocupada con la comida con la cual no se dejaba ayudar. Yo también prefería ese tipo de ambiente, más íntimo y sin preguntas raras. Iris cada tanto seguía a mi madre cuestionando qué hacía o qué llevaba y mi madre, que se tomaba muy en serio la atención, le explicaba cada detalle.

—Ojalá hubiera tenido una hija. —Suspiró en medio de la cena—. Pero no tuve suerte, tuve dos varones.

Todos la miramos.

—Yo prefiero hijos varones —aclaró mi padre en un tono que parecía defendernos—. Con una hija un padre nunca está tranquilo —arruinó la defensa.

—Entonces si tuviéramos una hermana la querrías más a ella —reclamó Gabriel.

—Sería diferente.

—¿Vas a pelear por una persona que no existe? —pregunté a mi hermano para evitar que siguiera.

—Yo quiero una hermana —se escuchó a Iris de fondo haciéndonos voltear.

Se lo decía a su padre, clara y segura.

—Eso va a estar difícil —bromeó mi hermano en voz baja, tocando mi brazo para molestarme.

Santiago la miró con cuidado, tan sorprendido como el resto por sus palabras pero cargando con el apuro en el que lo había metido.

—En casa vamos a hablarlo —respondió con seriedad—. Ahora estamos de visita y no se puede —explicó para sacarse el tema de encima.

—Todos piden hermanos cuando son chicos, después se les pasa —aseguró mi madre.

—Pero solo para jugar —aclaró Iris por si acaso—, después que se vaya a su casa.

Aunque hubo risas, nadie aclaró la confusión que tenía para no darle más ideas.

Las charlas eran así, poco serias, sin preocupaciones y cambiaban constantemente. El intercambio de mensajes con las hermanas de Santiago era algo que quedó olvidado. Él se ocupaba de atender las exigencias de su hija, cuidar que no ocasionara problemas y disfrutar del momento. Así como me sucedió contemplando mi relación con Iris, me pareció muy lejana la época en que mis padres renegaban de mi relación con Santiago, poniendo mala cara mientras insistían en que cometía un error, repitiendo que me buscaba problemas. Se me hacía increíble que estuviéramos allí juntos con total normalidad.

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