Enlazados

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¿Has escuchado la leyenda del hilo rojo del destino?

Se cuenta que dos almas predestinadas a encontrarse nacen con hilo rojizo invisible al ojo humano atado a su meñique.

El hilo se puede estirar, contraer o enredarse pero nunca romperse.


Cuando Shu escuchó aquello, no hizo más que soltar un suspiro pesado y seguir tomando apunte, palabra por palabra, de lo que decía su profesor de literatura.

No hizo ningún comentario al respecto, siguió de forma indiferente, por respeto al adulto y a la clase en general. Pero, si hubiera tenido oportunidad, se burlaría en la cara de todos, ¿Por qué? Simple; algo como aquello no podía existir y le parecía sumamente ridículo.

¿Un hilo rojo que enlaza a las personas? Deberían estar de broma. Que idea tan pobre y absurda. Además, ¿Cómo podrían saber quién está unido a quien, si el supuesto hilo es invisible? ¿Lo ven? No había lógica en aquel relato, y a su opinión no pasaba de aquello. De ser una triste leyenda antigua e incierta para vender o encantar a los de futuras generaciones.

Creía muchísimo más en los fantasmas que en aquella supuesta historia de romance donde un objeto tan común, como un hilo, era quien movía cielo y tierra para unir a la gente a la fuerza. ¿Y si las personas no se enamoraban de quién estaban enlazados? ¿O resultaba que su pareja destinada era un maniático psicópata? ¿Vivirían infelices toda su vida con alguien abusivo?

No, simplemente absurdo y él tenía mejores cosas en que perder su tiempo.

El profesor siguió hablando de aquella leyenda, contando la historia más popular que había en torno a ello. Sobre un emperador que, interesado en el dichoso hilo, mando traer a una bruja que vivía en un monte y era capaz de visualizar el objeto. Cuando la mujer se presentó en el palacio, el hombre le ordenó que siguiera su hilo, y le dijera en dónde terminaba el otro extremo de este. Y ella así lo hizo.

Estaba por terminar de contar el relato cuando la campana del descanso irrumpió estrepitosamente en los oídos de todos, haciéndolos vibrar un poco. Pudo notar que el maestro se había apasionado por la historia que contaba, tanto, que sí se desánimo poco cuando el timbre hizo saltar a sus alumnos de gozo.

—Ustedes terminen de leer y hagan un resúmen—indicó, cerrando su libro y caminando de vuelta al escritorio para guardar sus materiales—. Buen día, chicos. Y que disfruten su desayuno—deseó, mientras se despedía, y tomaba su portafolio con una mano caminando a la salida del aula. Varios salieron corriendo detrás de él, y pese a las advertencias del profesor sobre no andar como cabras locas por los pasillos, ellos lo ignoraron olímpicamente.

Es decir, era el almuerzo, hora en que la cafetería se llenaba y parecía hormiguero, si no se daban prisa, no les iban a tocar ni las migajas del pan.

Por suerte, Shu sabía de eso, y él venía preparado. Ya que cocinaba su almuerzo en casa. No tenía que hacer mayor escándalo, que sacar la cajita donde lo llevaba y salir a buscar un lugar tranquilo para disfrutar de su comida, o incluso, podría quedarse en el aula junto a los otros alumnos que como él, traían consigo sus alimentos.

—¡Oye, Shu!—llamó una voz más que conocida para él, justo cuando sacaba sus palillos de uno de los bolsillos de su mochila. Subió la mirada, y se encontró con los relucientes ojos color chocolate que poseía su mejor amigo—. ¿Vendrás a comer con nosotros, verdad?—inquirió Valt, dedicándole su mejor sonrisa, algo que logró, por un segundo, despertar un suave redoblar en el corazón del albino.

—Seguro—respondió sencillamente, ensanchando la expresión de plena felicidad del Aoi.

—¡Genial!—celebró de buen humor, antes de tomar el brazo del chico de imprevisto y arrastrarlo con él hasta la azotea donde se reunía todo el club de bey. Shu no tiempo tuvo a protestar, cuando menos lo esperaba, ya estaban en la puerta del lugar.

𝐂𝐮𝐞𝐧𝐭𝐚𝐦𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚 [one shots/Shalt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora