Capítulo 37

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Hanna

Gritos.

Se supone que el día veinticinco es relajado, tranquilo y sirve para comer las sobras del día anterior, y te levantas tarde porque ya no das más en la cama, pero este veinticinco fue diferentes.

Gritos de mierda me despertaron.

No me hubiese sorprendido tanto de haber sido unos días antes, Adrien se levanta más temprano para hacer ejercicio y mi abuelo lo regaña por cualquier cosa, sin embargo, este día era diferente, eran gritos en inglés.

Me siento algo adolorida y al no poder levantarme giro mi rostro confundida hacia la muñeca que me obliga a permanecer en cama. Una sonrisa se desliza por mis labios y tomo la llave de las esposas sobre el velador junto a la cama.

El mejor regalo que he dado fue esa maldita caja.

A pesar de que fuimos silenciosos porque es la casa de mis abuelos, Adrien me rompió el coño una vez más.

Tomo la bata y las pantuflas y mi malhumor vuelve cuando los gritos no cesan. Salgo del cuarto avanzando por el pasillo, y a medida que me acerco más a la sala, más fuerte se hacen los gritos. La curiosidad me llama y cuando abro la puerta que separa el pasillo con la sala me congelo.

Los cuatro hombres me miran y yo los miro a ellos.

— Primero que nada, buenos días.

Mis palabras los callan y lentamente comienzo a fruncir el ceño cruzando mis brazos.

»— ¿Qué son? ¿Animales? ¿Monos? ¿Qué clase de persona civilizada se pone a gritar a las diez de la mañana a todo pulmón?

— Ah... Son las una de la tarde. — El del arma me corrige y lo callo con mi mirada.

— La hora que sea, esta no es su puta casa, asique no tienen el maldito derecho para gritar como si les estuvieran cortando las putas bolas. Asique los cuatro salen de aquí y piensan en la idiotez que hacían.

Se miran entre ellos sin moverse y no es hasta que atravieso el lugar molesta y les abro la puerta que salen. Mi abuelo se señala a si mismo confundido y luego la salida, termino echándolo igual.

Mi abuela que bebía un té tranquila en la mesa me mira curiosa. Me siento junto a ella y tomo la taza que me ofrece con agua humeante. Suspiro tomando una de las bolsas de té.

— Hombres... sino fuera porque tienen penes y los necesitamos para reproducirnos, felizmente, se hubiesen extinguido hace siglos.

Mi abuela se ríe negando y le da un trago a su taza.

— No digas eso, si se hubiesen exigido no tendrías a Adrien.

— Abu, no te confundas, yo solo quiero lo que tiene entre las piernas y nada más.

La anciana se ríe levantándose y acaricia mi cabello.

— Si claro, esa mentira ya ni tú te la crees.

Al rato salgo de la cabaña ya duchada y vestida y me apoyo junto a la puerta viendo a los cuatro hombres que siguen fuera como se los ordene. Mi abuelo esta cruzado de brazos e indignado porque lo eche de su propia casa; Adrien está más alejado de los otros tres y me mira receloso; Gerald solo mira la situación con las manos tomadas atrás de su espalda; y Abel me mira fijamente sin expresión alguna.

Tiene un nuevo tatuaje en la cara.

El saber lo que significan me tensa y trago saliva.

¿Él mato a John?

Buscando el Paraiso (+21)Where stories live. Discover now