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"Cuando una persona me dice: —No me gusta leer

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"Cuando una persona me dice:
—No me gusta leer.
No sé si decepcionarme o impresionarme pues no entiendo cómo ha hecho para soportar tan triste realidad."—

Pov's Dylan

La fachada de la imponente casa que rentábamos me resultaba hasta cierto punto siniestra. Sabía que detrás de las inmensas puertas de roble me esperaba mi padre furioso con un sermón de lo incorregible que era y lo intolerable de mi comportamiento.

Temía lo que se avecinaba, pero lo que más temor me daba era que los frescos recuerdos de las risas y los momentos que acababa de pasar junto a Hayley fueran opacados por la fatídica realidad a la que me iba a enfrentar. Me aferraba a cada insignificante fragmento de ella, como si su simple presencia en mi mente me pudiera otorgar el valor que necesitaba para avanzar.

Me adentré a mi casa temporal, un sitio tan escalofriante al que nunca podría llamar hogar y que por el poco tiempo que había transcurrido allí, aún resultaba un misterio cada uno de los pasadizos que poseía.

Su presencia de inmediato se alzó frente a mí y me inspeccionó de pies a cabeza con una mirada que dejaba clara la decepción que le carcomía hasta los huesos.

—Buenas noches, Padre.

El recelo cruzó por sus ojos en un instante fugaz. Ésa milésima de segundo fue más que suficiente para que sucediera lo más inesperado, la palma de su tosca mano atravesó la distancia que nos separaba e impacto con una fuerza innecesaria en mi mejilla. El impacto me dejo boquiabierto. Lo peor de todo, es que no le resultó suficiente la agresión para hacerme saber quien mandaba, no me dio tiempo a reaccionar antes de que pronunciara las palabras que el mismo sabía que me devastarían.

—Ve a alistar tus cosas. Partimos por la mañana.

El cuerpo me comenzó a temblar. Con las manos convertidas en firmes puños levanté la mirada y lo fulminé con toda la rabia que trataba de contener.

Ni siquiera se inmutó, no me dedico ni la más mínima atención en el momento en que metió su mano al bolsillo de su elegante pantalón y saco mi teléfono móvil. Me agarró desprevenido su repentino "acto de bondad" al dejarlo al alcance de mis manos.

Por supuesto. ¿Ya qué importaba? Él había ganado y estaba disfrutando de su victoria.

—Me das asco—, le espeté, el reproche reflejándose en cada nota de mi voz. La impotencia me sobrecogía.

Totalmente fuera de mí, tomé mi teléfono móvil y subí las escaleras en dirección a mi habitación. La puerta se encontraba entreabierta, dentro de ella pude observar a mi mamá revolviendo la ropa de mis cajones sin mucho entusiasmo.

La sombra que proyectó mi silueta le hizo pegar un ligero brinco del susto, no obstante, al reconocerme su semblante adquirió un profundo alivio. No dudó en acercarse a mí y abrazarme con una calidez que me reconfortó por un breve momento.

—Me alegra que estés bien, cariño.

"Bien", repetí internamente, sofocado por el vacío repentino que atravesó mi pecho.

—No estoy bien—, resoplé.

No pude evitar descargar toda mi frustración, tan solo necesitaba soltarlo todo...

— Tú no estás bien. Nada ha estado bien durante años, así que por favor, respóndeme, ¿Por qué demonios continuamos soportándolo?

—Cariño, él solo quiere lo mejor para nosotros...

—Ya no soy un niño, mamá. Ya no puedes convencerme con eso, ya no puedes seguir mintiéndonos...

La tristeza nos envolvió como si de un manto se tratara.

Admiré la belleza de mi madre y la fortaleza que la caracterizaba a pesar de la vulnerabilidad que cubría a su corazón. Siempre ha sido una mujer preciosa con nobles sentimientos.

—Merecemos ser felices—, susurré con lentitud y sujeté con fuerza sus manos.

—Mereces ser feliz, mamá. Mereces un hombre que te ame, un hombre que te valore por lo que eres, y que no solo te vea como modelo de portada de revista... Mereces un hombre, de esos que aparecen en los libros que desde pequeño me leías... Mereces un héroe, alguien que arriesgue todo por ti, en vez de arriesgarte a ti.

Sonrió haciendo un enorme esfuerzo por mí y cambiándome de forma drástica el tema, sacó a relucir el tema que ella sabría, me mantendría inmerso por un par de horas...

—Platícame de ella, ¿Cómo es la chica que se ganó tu corazón?

Nos sentamos en mi cama, con las piernas cruzadas, convirtiéndonos en un par de cómplices que confesaban su sentir durante las largas horas de la madrugada, temiendo el amanecer...

—Verás mamá, —empecé, —Ella es...

Lo intenté, no obstante, ni la noche entera sería suficiente para explicarle lo que ella significaba para mí.

Lo intenté, no obstante, ni la noche entera sería suficiente para explicarle lo que ella significaba para mí

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¡Oye! Ése es mi libroWhere stories live. Discover now