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"Ojalá pierdas la calma y vengas a enloquecer conmigo."—David Sant.

Dylan a secas:

—Estoy afuera de tu casa... ¿Puedes salir?

Enviado a las 9:05 PM

Me palpitaba el corazón.

Baje las escaleras de mi casa vestida solo con mi pijama de bolitas, mi peinado estaba deshecho y mi rostro era adornado con restos del maquillaje que el desmaquillante no logro sacar por completo.

Sí, era un desastre y no tenía razón alguna para ocultarlo.

En el momento que gire la perilla sentí como el alma abandonaba mi cuerpo. Tanto lo esperé que termine pensando que no aparecería el día de hoy y el hecho de saber que estaría al otro lado de la puerta me inquietaba más de lo que debería. No sabía que pensar al respecto.

Me asome ligeramente y a unos simples metros de mí, justo del otro lado del portón se encontraba el.

Era mi imaginación o el... ¿Parecía que acababa de levantarse de la cama?

Me saludo, agitando su mano con pesadez.

Vestía un... ¿Pijama? Eso parecía, era de cuadritos...

Salí cerrando en silencio la puerta, sin querer levantar sospechas de mis padres y con pasos torpes avance en su dirección.

—Hola enana.

— ¿Qué haces aquí?—le pregunté confundida.

Respiró profundo. Era la primera vez que lo notaba tan vulnerable. Su habitual entusiasmo se había desvanecido.

—Me escapé de mi casa—admitió sin ningún tipo de emoción.

—Debía venir a verte... Debía disculparme contigo Hayley.

— ¿Qué te paso? ¿Por qué no te conectaste? ¿Por qué te escapaste de tu casa Dylan? No entiendo.

Mi cabeza era un alboroto. Me costaba procesar su imagen, al verlo de cerca me percate de lo percudida que estaba su pijama, y lo increíblemente alborotado que tenía su cabello negro.

—Eso no importa—suspiró.

—No quiero que pienses que soy uno de esos... Que a la primera cita te dejan plantada sin ninguna explicación.

— ¿Eres consciente de que con un mensaje era más que suficiente?—No podía evitar sonreír ante la situación.

¿De verdad vino hasta mi casa solo para decirme eso?

— ¿Para qué me dejes en visto? No gracias, enana. —sonrió, una diminuta sonrisa que aligeró el ambiente.

—No iba a dejarte en visto. —mentí.

—Mentirosa.

— ¡De acuerdo!—acepté. — ¡Te hubiese dejado en visto! ¿Qué esperabas? La que te espero todo el santo día fui yo.

— ¿Me esperaste todo el día?

—Cada maldito instante.

—Ya estoy aquí, enana. Ya no me esperes más.

—Fanfarrón.

—Si soy, —se burló.

— ¿Me darás otra oportunidad?—agregó con timidez.

—Sin duda alguna.

— ¿Justo ya?

—Justo ya—coincidí y abriendo el portón de mi casa, di unos cuantos pasos antes de sentarme en la banqueta polvosa y palmear el sitio a mi lado, invitándolo a sentarse junto a mí.

Su sonrisa resplandeció. La única iluminación que teníamos era la farola de la calle que alumbraba directamente la fachada de la casa de al lado. No necesitaba más, era más que suficiente para apreciar el destello de sus ojos azules que combinaban a la perfección con el cielo nocturno.

Esa noche tan solo éramos dos locos en pijama a mitad de la calle, conversando... o mejor dicho, interrogándonos el uno al otro...

¡Oye! Ése es mi libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora