Un gato que habla

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Scarlett sintió su corazón contraerse mientras confirmaba por tercera vez la dirección en su celular. Aquella casa se derrumbaba a sus pies, inclinada en un ángulo extraño, le pareció el lugar ideal para que vivieran los demonios.

—¿Está segura de quedarse aquí, jovencita? —indagó sorprendido el taxista.

—Sí, eso creo —contestó sin demasiada convicción.

—¿Quiere que la espere? En caso de que no haya nadie.

Aunque Scarlett deseaba decirle que sí, conocía a su hermano Miguel. Lo más probable era que estuviera tirado, drogado, en ese sitio, abandonado por Dios y el Estado.

—No se preocupe, el amigo de mi hermano me envió esta dirección. Lo más seguro que dejaron el auto un poco más adelante. Muchas gracias por preocuparse por mí.

Scarlett salió de la parte trasera del coche. Pagó al taxista y se dirigió a un sitio que parecía perfecto para drogadictos. Por el camino de cemento rodeado de maleza, anduvo hasta la puerta principal. Tocó varias veces con nerviosismo. Esa sería la última vez que fuera a buscar a su hermano, juró molesta.

La puerta rechinó antes de abrirse y durante un momento pensó que el suelo se movía bajo sus pies. Ella entró algo confusa, el interior estaba peor que el exterior. Vio agujas tiradas en el piso y el olor a marihuana y otras sustancias circulaba por el lugar. Al parecer la fiesta psicodélica había acabado.

Comenzó a llamar a su hermano Miguel mientras recorría cada espacio de la casa, de repente oyó un ruido persistente que trituraba las paredes por dentro. Decidió buscarlo en el segundo piso, los tablones de madera de las escaleras crujieron. Temió que se desplomaran y le causaran la muerte. Al llegar hasta arriba, comenzó a entrar en cada habitación. Scarlett tuvo la sensación de que no estaba sola, de que alguien la observaba. No obstante, al girarse comprobó que no había nadie ni nada.

Continuó en su búsqueda y al entrar a un dormitorio encontró un colchón manchado. En ese momento sintió una mano sobre su hombro. Dejó escapar un grito de espanto, se giró para toparse con Joan, el mejor amigo de su hermano y de paso su proveedor. No le gustó la forma en la que la miró. Sus ojos parecían inexpresivos, sin vida.

—¿Dónde está Miguel? —preguntó con voz firme.

—En uno de sus viajes astrales—respondió Joan—. Sabes Scarlett, no has sido muy amable conmigo y me pregunto por qué. Si me ves, te marchas y al hacerlo me quitas la oportunidad de conversar contigo.

Joan intentó tocarla, pero ella se alejó.

—No deberías ser tan tosca, lo de esa vez ya ni lo recuerdo —dijo y soltó una risa ahogada—. Sabes muy bien que a mí no me importan lo que dicen de ti.

Scarlett hizo una respiración lenta y lo encaró.

—Vine a buscar a Miguel, ¿dónde está?

Joan se rascó el mentón e ignoró su pregunta.

—Todos afirman que estás mal de la azotea—soltó mientras colocaba uno de sus dedos a la altura de la sien e hizo un pequeño giro de la mano para señalar el gesto—. Porque ves cosas.

—No vine hasta aquí a hablar de salud mental, contesta mi pregunta.

Scarlett tuvo un sobresalto cuando empezó a ver una criatura con una grotesca apariencia de una esfera llena de ojos y dientes afilados, deslizándose por la pared. Por experiencia sabía que lo más probable solo ella podía verlo.

Mi chico DōpuWhere stories live. Discover now