Por qué me persigue la desgracia

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—¡Dios mío, por qué me persigue la desgracia!

Scarlett llevó su tercer pastel humeante al fregadero, apretó los dientes y abrió el grifo y ahogó todo el desorden en agua.

—¡¿Se mudó el infierno hasta aquí, carajo?! —Gritó, Leticia desde el pasillo.

—No, abuela—respondió su nieta un poco malhumorada—. Volví a quemar otro pastel.

—Abre la ventana, muchacha de la porra, si lo hubiera hecho yo esto no habría pasado.

—No tendría nada de especial—replicó Scarlett abriendo las ventanas.

Una brisa atravesó la cocina, disipando el aroma del pastel quemado.

—Por lo menos no tendría miedo de que incineraras mi cocina, ¿acaso no te preocupa mi corazón? — le preguntó Leticia, haciendo un gesto a sus intentos anteriores, tirados en el zafacón.

—Abuela, usted no me está ayudando—le contestó Scarlett desanimada—. Para que sea especial necesito hacerlo yo.

—No me vengas con esos disparates, llevas toda la tarde en nada. En ocasiones, la intención no logra resultados. Si no eres buena horneando pasteles, encuentra a alguien qué te vaya guiando. Es válido buscar ayuda— le aseguró Leticia, inclinando la cabeza con el ceño fruncido—. Déjame a mí hacerlo, además, si no lo dices nadie lo sabrá en esa fiesta.

—Tengo suficientes ingredientes para intentarlo una vez más—le aclaró Scarlett a la vez que dejaba escapar un suspiro de resignación.

—Tu terquedad te hará desechar buenas oportunidades— le habló su abuela, sacudiendo la cabeza mientras miraba el zafacón.

Leticia se marchó, pero no sin advertirle que tuviera cuidado, además le repitió cada paso y el tiempo y temperatura del horno. Scarlett la escuchó atentamente, incluso tomó apuntes en los casos en los que detectó que había puesto más mezcla. También buscó algunos videos en línea para reforzar lo aprendido.

Limpió todo el desorden antes de comenzar, porque recordó que su estación de trabajo debía de estar ordenada para que todo fluyera a la perfección. Puso algo de música por los nervios, eligió una del dúo Capital Cities, la canción Kangaroo Court.

A Scarlett le encantó el video que trataba sobre una cebra que quería ir a un club, del mismo nombre que la canción, donde tienen prohibido el acceso a los de su clase. Sin embargo, al ser atrapado se siente como si estuvieran en un "tribunal canguro", una situación con reglas injustas o arbitrarias. El protagonista admite en el juez perder el tiempo y promete aprender de sus errores. Aunque eso no le vale de nada porque lo ejecutan. El video es un poco tétrico, el ritmo es contagioso. Se puso manos a la obra, con una buena actitud. Y después de un largo proceso, abrió el horno cuando escuchó el sonido. Y, lanzó un grito al cielo.

Se le había quemado otra vez el pastel.

— ¿Estás bien? — Le susurró Ryo, tocando con su mano la parte exterior de su codo.

Scarlett evitó mirar a Ryo porque tenía miedo de llorar, de frustración y enojo. Ryo se apoyó contra la encimera de la cocina, al ver la expresión de derrota, le cogió la mano y la atrajo hacia sus brazos. Scarlett parpadeó para evitar las lágrimas. Y se dejó mimar, lo necesitaba, más por el orgullo herido que por otra cosa.

¿Volviste a quemar otro pastel? —indagó el príncipe.

—¿Cómo lo sabes?—le preguntó.

—Tu abuela me hizo compañía gran parte de la tarde y me contó—le contestó Ryo.

Mi chico DōpuWhere stories live. Discover now