Un recital lleno de escorpiones

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Scarlett se sorprendió cuando Ryo le informó que había iniciado una amistad con su vecina del frente Lisha, quien lo auxilió cuando rompió la tubería. Aquella era la segunda vez que caminaban por el parque y, en honor a la verdad, su explicación no pudo impedir que se sintiera como una tonta. Una vez esclarecido todo el asunto, se despidió de Máximo y se dirigió a su hogar.

Ni siquiera se cambió la ropa y se tiró en la cama como una roca. Y, por primera vez, no sintió temor acerca de lo que experimentó en la casa abandonada ni monstruos que trataban de asesinarla. No soñó nada, fue como si su cuerpo y su mente se hubieran unido para desconectarse por completo. Scarlett abrió los ojos con pereza cuando el amanecer inundó a raudales su habitación, se estiró como si fuera una gata. Después los cerró y abrazó la almohada como si fuera un salvavidas.

—Oye, que dijo abuela que te levantes—le anunció Tito.

Scarlett se dio la vuelta en la cama y frunció el ceño al observar en el reloj de su mesita la hora que era.

—Es muy temprano—chilló Scarlett.

A su pequeño hermano se le escapó una risita.

—No te será de ayuda, llorar, lo intenté y, a pesar de todo, me hizo alistarme para ir al colegio a puros pescozones—le advirtió Tito.

Scarlett abrió un ojo y arrojó la almohada a su hermano, quien la esquivó con facilidad. Salió de su habitación no sin antes sacarle la lengua. Después de meditarlo por unos minutos supo que debía levantarse, se apartó las sábanas en medio de una pataleta. Arrastrando los pies se internó en el baño por un largo rato, sentada en el retrete jugando Candy Crush. Cuando se cansó se aseo como de costumbre.

Antes de empezar su trabajo de esclava, preparó su desayuno y fue al negocio de su abuela, donde había una máquina de gaseosas. La vio de lejos regateando el precio con un comprador. Se rió y negó con la cabeza mientras tomaba la lata, ya que vio al hombre secarse el sudor de la frente ante el coraje de casi regalarle su televisión a Leticia, quien no dejaba de buscarle defectos imaginarios. Y, cuando iba a subir las escaleras, se quedó atónita al ver al borracho Juan Pablo hablando con Ryo desde su confinamiento.

Scarlett tragó en seco, a simple vista las personas que estaban allí veían a un borracho hablando con una planta y le quitarían importancia al achacárselo al alcohol, pero ¿qué sucedería si alguien más lo escuchara? Decidió llevarse a Ryo.

—Y, ¿entonces qué sucedió después? —preguntó Juan Pablo entre hipidos.

—Salgari dijo: "Todo se acaba. Hasta lo que más duele"—le respondió Ryo.

—Hola, Juan Pablo, ¿Cómo estás? —intervino ella con una sonrisa tensa—. Si me permites me tengo que llevar esto.

Scarlett tomó la maceta en sus manos para irse, pero Juan Pablo lo impidió.

—"¿Acaso tu abuela no te brindó educación? ¿No puedes ves que estoy echando una conversación con mi compadre la planta que habla?"—expresó con descontento Juan Pablo—. No puedes llevártelo sin que termine de contarme la historia de Salgari, el capitán mercante que nunca surcó los mares.

Scarlett soltó el aire con lentitud. No deseaba exasperar a Juan Carlos, ya que en ocasiones, cuando se encontraba así de borracho, se tornaba a veces aún más irritante y violento, y no comprendía cómo su abuela lo soportaba.

—Juan Pablo, las plantas no hablan—le indicó Scarlett.

—Pero esta sí—le contestó Juan Pablo tambaleándose—. Estoy borracho, no loco.

Scar levantó una ceja.

—No pienso discutir con usted—le respondió Scarlett mientras se rascaba la frente—. Esto es mío y voy a llevármela a mi habitación, así que aparte sus manos de las mías.

Mi chico DōpuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora