Una abuela llamada Leticia Martínez

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Scarlett sintió un pálpito que le aceleró el corazón. Juró que regresaría a sus sesiones de terapia porque le era imposible que una persona tuviera tan mala suerte como ella.

Su abuela Leticia Altagracia Martínez Hidalgo fue una de las pocas mujeres que pudo cursar estudios superiores, algo inusual en su época, su padre le permitió estudiar finanzas después de varias pataletas y huelgas de hambre. Le pareció injusto que sus hermanos pudieran estudiar, mientras que su único futuro sería el de los quehaceres domésticos.

Eso y otras cosas más la animaron a rebelarse contra el sistema. Mientras estuvo en la universidad, formó el primer comité estudiantil feminista con un grupo de amigas; creó un club literario en el que compartían más que reseñas de libros y salió desnuda en una portada de una revista estudiantil en pleno régimen, lo que provocó que la encarcelaran por exhibicionismo y atento contra la moral. Sin mencionar que impulsó su mala reputación entre los miembros de su familia.

A los veintidós años, junto a su esposo Felipe, abrió la primera tienda de empeño, que además sirvió como lugar de reunión para reuniones de partidos de izquierda. Terminó negándoles el espacio al darse cuenta de que sus ideales en el fondo eran idénticos a los de derecha.

Se divorció por motivos que nunca quiso explicar y crio a su único hijo sin prejuicios machistas. Luego lo ayudó a criar a sus nietos hasta su muerte debido a un cáncer de laringe y obtuvo la custodia total después de que la madre los abandonara. Las malas lenguas muestran a Leticia como una mujer amorosa y habilidosa, jefa explotadora, amante del dinero y con un carácter indomable.

Scarlett tuvo miedo de lo peor, subió al tercer piso temblando de miedo, oyó una discusión que salía de su habitación.

—¿Por qué anda desnudo en el dormitorio de mi nieta?

—Ella me trajo hasta aquí.

—¡¿Cómo se atreve?! — gritó.

—¡Le estoy diciendo la verdad! —exclamó—. Estuvimos justos, hace un rato...

Leticia ahogó un grito en su garganta.

— ¡Sinvergüenza! — añadió la abuela con un bufido.

—¡Ay, no me pegue con eso!

Scarlett tomó una respiración profunda y abrió la puerta. Encontró a su abuela con una escoba en mano y un hombre desnudo tratando de protegerse. Leticia se giró con cara de pocos amigos.

—Se puede saber qué significa esto, Scarlett. —Los señaló a ambos y negó con la cabeza—¿Es así como quieres que sepa que tienes novio?

—Abuela, no es lo que piensa—balbuceó Scarlett, nerviosa.

—Scarlett, a mí no me vengas con esas pendejadas. —Leticia tomó aire con brusquedad—. ¿De dónde sacaste al nieto de Miyagi? —le preguntó con una ceja arqueada.

—Mi nombre es Ryo señora—aclaró con dulce voz.

—¡Cállese la boca! —exclamó la abuela enojada.

Scarlett miró al tipo y casi se le salen los ojos de las órbitas. El aspecto del intruso gritó Bienvenidos al sol naciente con ese rostro de cachorrito tierno. Sus músculos eran un aspecto digno de apreciar, fibra pura con su pelo lacio que sobrepasaba sus hombros, los labios algo carnosos y los ojos rasgados con un color plateado con vetas azabache. Una extraña sensación serpenteó dentro de ella cuando enfocó sus ojos al sur.

—¡Pero niña! —Héctor la empujó con el hombro en medio de una carcajada.

La aludida lo atravesó con la mirada llena de vergüenza. Orientó la vista al rostro del chico que le dedicó una cálida sonrisa y unos hermosos hoyuelos aparecieron en su rostro.

Mi chico DōpuWhere stories live. Discover now