El coliseo

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Hace mucho tiempo...

El ambiente en el coliseo estaba cargado de tensión mientras la competición se desarrollaba. Narumi observaba con nerviosismo a su hermana Dai, quien se enfrentaba al mejor peleador lunar en un emocionante combate. Narumi animaba a su hermana con gritos de aliento, pero en su corazón apoyaba al peleador lunar.

La rivalidad entre las hijas del sol y los hijos lunares siempre fue intensa, pero la derrota de Asa había nivelado el campo de juego, y ahora todo dependía de la astucia y habilidades de Dai para llevar la victoria a su bando.

La hermana mayor de Narumi, Dai, era conocida por su implacabilidad y hasta crueldad en estos juegos. Sin embargo, ella también poseía un poderoso dominio de los rayos solares, aunque se declinaba por la jardinería. Narumi estaba consciente de que, si su hermana descubría su apoyo al peleador lunar, podría enfrentar consecuencias terribles.

Mientras la batalla se desarrollaba en la arena, Dai levantó su mano y de sus dedos brotaron chipas rojas brillantes, que lanzó en dirección a su rival lunar. Con gran agilidad, el peleador lunar esquivó los rayos, dando un salto impresionante que los hizo impactar contra un de las paredes del coliseo, convirtiéndola en añicos en un instante. La multitud se agitó con cada movimiento, emocionada por el espectáculo que se desplegaba ante sus ojos.

El lugar, llamado Mayarí en honor a la diosa del combate, la guerra y la revolución, le hubiese encantado. El coliseo era una elipse de seis plantas. Las primeras cuatro, ostentosas, con entradas en forma de arco, destinadas a las deidades menores, las quintas para las esposas, consortes e hijos y las sextas a las divinidades supremas. El coliseo se encontraba sostenido sobre los hombros de dos gigantescas esculturas representando a Guan Yu bajo la constelación de Leo.

La situación en el coliseo se volvió aún más intensa cuando el peleador lunar respondió al ataque de Dai con su alabarda, creando dos torbellinos que acorralaron a la guerrera. La destreza y fluidez en los movimientos eran características distintivas de los descendientes del dios , pero eso no significaba que debieran subestimar a Dai, quien era una combatiente formidable.

Dentro de la espiral de torbellinos, la que más arde como la conocían sus enemigos se encontraba atrapada, pero no se dejó amedrentar. La temperatura en el coliseo comenzó a elevarse, y la energía irradiada por Dai dejaba claro que alguien había despertado su ira.

En ese momento, una sorprendente maniobra se desplegó desde el inicio de la espiral. Una cuerda de fuego con varias cadenas finas de hierro en sus puntas emergió en forma de hélice, desbaratando los torbellinos del peleador lunar. El arma característica de Dai, el látigo de la radiante había entrado en acción.

El látigo de la radiante era una herramienta temible, capaz de golpear, aturdir y chamuscar a sus oponentes con toques secos y precisos. Las bolas de hierro incrustadas en las puntas del látigo le otorgaban un poder destructivo que pocos podían igualar. Dai manejaba el látigo con maestría, demostrando por qué era una de las guerreras más temidas y respetadas en las competiciones.

El coliseo quedó envuelto en un silencio sepulcral mientras Dai y el peleador lunar se enfrentaban con una precisión y destreza asombrosa. El hijo de Tsukuyomi se movía con la elegancia de un bailarín, esquivando los ataques de Dai como si estuviera danzando en el aire. Por su parte, Dai miró hacia arriba con rabia contenida, consciente de que ese rival no debía subestimarse en absoluto.

La situación en el coliseo tomó un giro inesperado y desafiante cuando las puertas de hierro se abrieron en diferentes direcciones, liberando a una variedad de criaturas mitológicas y demonios dispuestos a unirse a la batalla. Narumi sintió cómo su cuerpo tembló de emoción ante la presencia imponente de los Onis, seres gigantes y poderosos, y los Kitsunes, demonios con la capacidad de transmitir enfermedades.

Mi chico DōpuWhere stories live. Discover now