Un sacrificio a los ocho inmortales

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Ryo/Akio

Un rayo potentísimo atravesó el cuerpo del Oni, obligándolo a clavar las rodillas en el suelo y gritar de dolor. Esos yokai eran considerados los más fuertes, violentos y peligrosos del Yomi, pero Akio no dudó en enfrentarlos uno por uno en su camino hacia Narumi. Atravesó un túnel poblado por arácnidos blancos y escorpiones, donde encontró a su maestro Asumi colgado de unas cadenas. Con un movimiento ágil, Akio agitó su alabarda para cortar las cadenas y liberar a su mentor.

La ráfaga de viento cortante golpeó a Akio que tomó una posición defensiva. En la oscuridad, oculto entre las sombras, se encontraba un Tengu. Un ligero movimiento delató su posición, y Akio reaccionó disparando uno de sus rayos, que impactó la pared dejando un hoyo. Sin embargo, el Tengu esquivó el ataque con sus filosas garras, hirió a Akio en la espalda.

Moviéndose en semicírculo, Akio contraatacó con una velocidad impresionante, el acero resonaba con cada golpe. El Tensu intentó lanzarle hacia delante, pero una patada certera en la rodilla por parte de Akio lo hizo retroceder descompuesto.

—¡Ryo, deja de jugar! —gritó Asumi, exasperado.

Akio movió su alabarda de una mano a otra, divirtiéndose con la pelea.

—Es mejor hacer esto que estar colgado como un jamón—le respondió con humor—. Además, déjame informarte que acabo de recuperar mis recuerdos, así que deja de llamarme por mi segundo nombre.

El Tengu redobló su ataque, lanzando estocadas con todas sus fuerzas, mientras Akio empuñaba con firmeza su imponente alabarda, cargándola de relámpagos. El choque entre sus armas generó ondas de poder que resonaban en la celda. Finalmente, Akio decidió poner fin a la batalla, y con un movimiento ágil, le cortó la cabeza al Tengu.

—Excelente acción, amo Akio, pero permítame corregirle... —empezó a decir Asumi.

—¡Por todos los dioses, Asumi! ¿Cuándo dejarás de criticar lo que hago? —se quejó Akio.

—Cuando lo haga como se debe—le reprochó Asumi.

—¿Por qué permitiste que te hicieran eso? —preguntó Akio mientras lo liberaba—. No me digas que tu estadía en la tierra te ha hecho experimentar con esas cosas de dominación sexual.

Asumi le lanzó un gruñido de advertencia.

—Era la única manera de venir hasta acá. Sabía que vendrían por mí, así que les facilité las cosas. Ahora, dígame, ¿cómo logró escapar?

—Digamos que mi padre vino en mi rescate—respondió Akio, aun sintiéndose confundido.

—Siempre le dije que su padre tiene una forma extraña de demostrar su cariño—le explicó Asumi.

—Algún día lograré pagarte de la misma forma en que lo hace mi padre para que me defiendas—expresó mientras soltaba una risa seca.

—Adelante—comentó Asumi, que tomó su forma original—. Solo le advierto que mis tarifas se han elevado un poco.

Antes de irse, Asumi utilizó su poder mágico para curar las heridas de Akio.

—¡¿Quién los dejó escapar?! —Exclamó Ganbaatar con los ojos desorbitados y protegido por los Onis.

En realidad, Ganbaatar era un Nian. Akio se impulsó en sus talones y de un salto impactó con una patada el estómago de uno de los Onis, estampándolo contra la pared. Lanzó un rayo hacia otra criatura y no se detuvo hasta ver que su rostro quedó reducido a hueso. Asumi y Ganbaatar tomaron sus posiciones de ataque. El Nian empezó a dar puñetazos con sus patas delanteras, mientras que el Byakko lo golpeó e intentó causarle heridas con sus colmillos.

Mi chico DōpuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora