Visita a la casa embrujada

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 Scarlett pagó los artículos bajo el escrutinio del guardia de seguridad. Además, notó como a la cajera se le dilataron las aletas de la nariz y los miró con recelo mientras facturaba los artículos, y el guardia les brindó el amable servicio de acompañarlos hasta la puerta, mascullando palabras altisonantes como jóvenes calenturientos. Regresaron a casa, Ryo le comentó lo ocurrido a Asumi mientras que ella se internó en su habitación, aún molesta por el maltrato recibido por el personal del supermercado.

Llegó el día en que debía de subir a la plataforma sus ejercicios de estadística y, como la mala suerte siempre la persigue el sistema colapsó, lo reportó, sin embargo, los administradores del sistema no le respondieron en el tiempo establecido. Le escribió al profesor Euclides y le explicó lo sucedido y le incluyó capturas, pero era más fácil nadar entre tiburones en pleno ciclo menstrual que él le concediera algo de tiempo.

Después de mucho rogarle le aceptó la práctica y le restó algunos puntos, Scarlett se quejó y con su justa razón. Euclides le recordó en tono condescendiente que agradeciera su benevolencia hacia ella. Scarlett se sintió tentada a quitarse los guantes y estrangularlo aparte de calcinarle su cuello.

Y ese fue otro problema que tuvo que lidiar Scarlett, las constantes habladurías con relación al uso de esos guantes. Las especulaciones andaban de boca en boca en su sesión de clases y los más osados se atrevieron a preguntarle no con la intención de saber, sino para crear otros cuentos fantásticos en torno a por qué ocultaba sus manos.

Se quejó con Asumí sobre lo que le ocurría, a lo que él alegó ignorancia y se ofreció a pagarles los estudios que demandaba. También le exigió una compensación por los daños causados, pero como siempre su abuela se le había adelantado y fue allí que se enteró de que ella desde hace unos días estaba cobrando su indemnización. Le reprochó a Leticia su avaricia, lo cual cayó en oídos sordos.

Otra cosa que también tuvo que enfrentar en el transcurso de las dos semanas antes de la fiesta de Máximo fue las exigencias de Ryo. Como su sirvienta cohesionada tuvo que llevarle toallas, libros y chucherías que exigía mientras tomaba unos baños en la azotea. Y, sin darse cuenta, ese balneario acondicionado a Latinoamérica sirvió para el deleite de las vecinas que no ocultaban su descaro en espiarlo mientras se relajaba en una especie de tina improvisada por Leticia con el fin de ahorrar hasta el más mínimo peso.

Un día Scarlett llenaba la bañera con una manguera, hacía mucho calor a pesar de haber caído la tarde. Las gotas de sudor se formaban en su nuca y se deslizaban por su cuello hasta y espalda. Ryo salió a darse su baño correspondiente y sin quererlo, Scarlett se quedó viéndolo, y pensó que su cuerpo no tenía nada que envidiarle al de un modelo de bañadores.

—Tiene una espalda perfecta—susurró ella.

— ¿Dijiste algo? —preguntó Ryo confundido.

— ¿Yo? — Le replicó ella con el cuerpo en tensión.

—Creí escucharte hablar—dijo Ryo confuso.

—No es cierto —dijo, alterada—. Yo ni siquiera he abierto la boca. —Scarlett tuvo que obligarse a pronunciar las siguientes palabras—. El estar encerrado todo el día te está afectando.

—Creo que tienes razón, el encierro algunas veces me hace enloquecer si no fuera por la abuela Leticia que me baja al negocio para que vea y escuche a la gente y Tito que cuando regresa de sus clases me lleva a su habitación a ver anime te juro que perdería la razón.

Scarlett ni siquiera les prestó atención a las palabras de Ryo se quedó mirando su boca y luego volvió a mirarlo a los ojos. Un calor extraño le recorrió el cuerpo con el pensamiento de besarlo. Arrugó el rostro al cuestionarse el motivo por el cual quería cometer una estupidez tan colosal como esa.

Mi chico DōpuWhere stories live. Discover now