XIX: Inicio alentador

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La hora pautada para la cita en la pizzería era alrededor de las ocho de la noche. Había que ser puntual, claro está. Aunque, no sé por qué, pero presentía que ella no era puntual. Es una característica muy necesaria, y más en estos tiempos. Espero equivocarme con este presentimiento.

Ya casi daban las siete y treinta minutos de la noche. Ya me había duchado y arreglado qué me pondría nada más tocar las siete y cincuenta. La pizzería no estaba precisamente lejos, era un plus. Estando recostado, observando mi móvil, me llega un mensaje por WhatsApp.

     Chica acertijo: ¿Preparado para comer pizza en una pizzería?

     Yo: Me hubiera encantado comer pizza en una carnicería, sinceramente.

Posteriormente, me bloquea. Y así termina la historia, muchachos. ¡Gracias por leer! 

Que no.

A la hora exacta que mencioné para arreglarme, ya estaba. Salí caminando tranquilamente. Al pasar por la sala de estar donde estaba mi abuela y mi madre, me detengo un momento. Aún había tiempo de sobra.

     — ¿Son buenas adivinando acertijos? —pregunto. Ellas apartan la mirada del TV y me observan. Posterior, asienten ambas con la cabeza. —Bien, aquí va —añado—: Si mi nombre quieres conocer, donde te encuentras tendrás que saber.

     Ambas quedaron pensando un par de minutos. No se me hacía tarde, pero necesitaba irme para estar seguro. Aunque me daba intriga saber qué dirían.

     — ¿San Francisco? —intentó mi abuela—. ¡No, no! ¡Francisco! Ese es el jodido nombre.

     Me quedé pensativo. ¿Y si era Francisco el nombre y ella no quería decirme porque es un nombre de hombre y le avergüenza? Tiene sentido. Agradecí y me fui.

En el transcurso solo pensaba en ello. Y estaba atrapado en ese dilema: Adivinar y al fin saber su nombre o quedar en ridículo porque me equivoco con, además, un nombre de hombre.

Llegué a la pizzería, saludé al amable dependiente y me senté en la mesa más alejada de la entrada (costumbre). Faltaban solo dos minutos para las ocho, quizá mi presentimiento era verídico.  Pero no. La chica con el cabello anaranjado y ojos grisáceos se adentraba en la pizzería. Hizo lo propio que yo al entrar, parecía que había venido frecuentemente a este sitio. 

Lucía radiante. Daba un aire gótico increíble, lo cual no sé si esté bien o mal. Pero se veía fantástica.

     — ¡Hola! —Me saludó con un beso en la mejilla y procedió a sentarse frente a mí—. Llegué justo a tiempo. Y me alegra que tú también lo hayas hecho, valoro mucho la puntualidad.

     Yes!

     Le devolví el saludo.

     —Opino como tú —digo, sonriente—. Este sitio es bastante peculiar. No es primera vez que vengo a San Francisco y, realmente, nunca lo había notado.

     —Es porque tienes que mirar más a tu alrededor. Siempre te trae beneficios. Eso hiciste el día lluvioso en el que me conociste. Miraste a tu alrededor y me conociste. Ya lo demás fue causado por el destino.

Sin mentir, esta chica me impresionaba y a la vez me asustaba. Hoy portaba un septum, pero para nada le quedaba mal. Su manera de interpretar las cosas, de expresarse, de indagar y comunicar, eran muy llamativas y diferentes a lo que alguna vez conocí.

    

La Estación | Una historia de desahogoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora