10.LAS FIESTAS.

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Cuando yo era pequeña y se acercaban las fiestas.

¡Qué contenta me ponía!

Y eso que yo no salía para disfrutar de ellas cuando era más pequeña.

Mi casa estaba en la plaza, enfrente estaba la iglesia, y en medio estaba la plaza en donde se hacían las fiestas.

Y yo desde mi balcón disfrutaba de las fiestas, viendo salir a la Virgen en procesión por el pueblo, junto con el Santo Cristo los patrones de mi pueblo.

Mi balcón parecía un palco, desde donde yo veía lo que pasaba en las fiestas.

Los cohetes, la alegría, las carreras, y esa gran algarabía que se vivía en las fiestas, y también esa verbena que alegraba nuestras fiestas.

Al despuntar la mañana antes de que amaneciera, el rosario de la aurora. Esa noche no dormía de la emoción que sentía. Con mis ventanas abiertas, por donde entraban las luces que ponían para las fiestas.

Después tocaban diana, con una banda de música que traían de Niguelas, recorriendo calle a calle todas las calles del pueblo, despertado a los vecinos todos llenos de contento. Las campanas de la Iglesia repicaban sin parar por los muchachos del pueblo, y era tanta su alegría que hasta perdían el son de la alegría que sentían.

Es lo que entonces decían cuando perdían el son, al volar con alegría sin darle tiempo a tocar de la alegría que sentían.

La misa lo principal.

¡Qué emoción podía sentir al ver a todos los hijos que no vivían allí! Aunque fuera un solo día, los que no vivían aquí, siempre solían venir a saludar a su madre, la Purísima bendita, como siempre le decimos los hijos de Talará, Talareños de verdad, que, aunque se encuentren lejos siempre la recordarán, si se sienten de verdad los hijos de nuestro pueblo querido, el pueblo de Talará, y de aquellos Talareños que no viven en el pueblo, por tenerse que machar a trabajar a otros pueblos.

Que contenta me ponía cuando sentía las campanas que anunciaban a las fiestas cuando se sentían ya cerca, y también esa alegría de aquellos que las tocaban, que hasta perdían el son de lo fuerte que tocaban. Mi gran alegría era mientras estaba pequeña, el repique de campanas, que encendían mi corazón por la alegría que llevaban. Siempre que oigo campanas aunque no me encuentre allí, yo recuerdo aquellos tiempos de las fiestas de mi pueblo al repicar las campanas, su sonido era alegría, esa alegría escondida que siente mi corazón al oír a las campanas que me recuerdan a Dios, porque ellas son su voz, que despiertan a los pueblos siempre y en toda ocasión, para salir a su encuentro.


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