26, Las montañas.

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Esta mañana me levanté de noche y me puse a orar en una habitación, no me sentía bien allí, y me fui a la ventana, desde donde veo el jardín y el cielo a través de la reja. Me puse a pensar que me diría el Señor, cuando pude oír su voz que me decía.

¿Cómo puedes ponerte a pensar mi querida campanilla? ¿No dejaste tú mente para mí?¿Es que tú eres la que piensas?¿Tú quién eres mi querida campanilla?

Yo dudando un momento dije: ¡Yo soy tú mi Señor!

Entonces el Señor, empezó hablándome de todo lo que veía. Y me decía que todo lo que veía me lo recordaba a él. Que todo me hablaba de él, que, aunque estuviera detrás de la reja, oía cantar a los pájaros, que me hablaban de libertad, de la libertad de los hijos de Dios, cuando viven esa confianza que tienen ellos, que no tienen que resguardarse del frío ni del calor, de esa confianza que los hace volar en libertad, sabiendo que el Padre los cuida para que no les falte de nada.

También me hablaba del vestido de las flores, que recordara, que ni Salomón con todas sus riquezas se bestia como ellas. También me recordaba su Evangelio, porque oí cantar un gallo, y el gallo me recordó el dolor creyente que brota del pecado, de la tentación, de la infidelidad, como le pasó a Pedro y a María Magdalena.

Que lo que estaba viendo era como un Evangelio, era una buena noticia al llegar el nuevo día, porque todo me hablaba de Dios. Veía los montes delante de mí, y me recordaban sus palabras, cuando decía que si tuviéramos fe como un grano de mostaza podríamos trasladar las montañas y plantarlas en el mar. Me decía: ¡Si no tuvieras esa montaña delante de ti, podrías ver lo que hay detrás de ella!

Y me recordaba, cuáles eran las montañas que nos impedían ver. Una montaña decía, era el miedo, el miedo no te deja ver, es una montaña muy alta, lo mismo que es una montaña la duda, mientras dudas no puedes ver nada, es una alta montaña, otra montaña son los deseos, mientras deseas algo que no tienes, el deseo, te impide ver, es como una montaña, un dolor, una preocupación, son montañas que se meten en tú mente, se ponen delante de tus ojos y te impiden ver lo que hay más allá, lo que hay detrás, y con la fe, tú puedes quitar esas montañas, porque esas montañas se hacen con granos de arena, y la fe puede moverlas, la fe, puede hacerlas desaparecer.

El gallo me recuerda el dolor del pecado, el pecado es como una montaña, Pedro no podía ver más allá, el miedo era una montaña para él que no lo dejaba ver, y tuvo que llorar de dolor, por haber negado a su querido Maestro, y desapareció la montaña, reconoció su verdad, su debilidad, y el amor de su Señor cuando pasó y lo miró.

Hay un dolor creyente que salva, es el dolor del amor. Hay otro dolor que roe, que roe, y como no cree en el amor, como no tiene fe en él, lo llena de desesperación. Es el infierno. El que no cree en el amor salvador, vive en el infierno. También me hablaba y me decía.

¿Por qué te levantas de noche mi querida campanilla? ¿No te levantas por venir a mi encuentro?

Crees que te levantas por tú cuenta, pero si lo puedes hacer, es porque yo toco en tú corazón, y te levantas corriendo como la sierva que herida, busca corrientes de agua en donde apagar su sed, y tú conoces la fuente y por eso te levantas para beber de su agua.

Me decía, que él hacía lo mismo, de noche o de madrugada, se iba al monte o al huerto para poder hablar con su Padre, en el silencio, porque luego durante el día, con tanto ir y venir, con tanta gente que había a su alrededor, no le quedaba ni tiempo. De día tenía que hacer, lo que el Padre, en el silencio de la noche le decía. Me decía:

Sé que si tú pudieras harías lo que yo hacía, consolar a los tristes, curar a los enfermos, ayudar a los pobres, ir dando la buena noticia a las gentes. Pero ni yo mismo podía, sabes que muchos no me creían, a pesar de ver los signos de Dios que hacía.

Recuerdos de mi jardínWhere stories live. Discover now