24.UN TOQUE EN EL CORAZÓN.

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He sentido un toque en el corazón, una inspiración que no quiero dejar pasar. Estoy sola en mi prisión, pero en ella, existe la libertad, la libertad del silencio, la libertad para amar. Se ha terminado la lluvia y he salido a mi jardín. Mi jardín es un lugar maravilloso, puedo escuchar un silencio sonoro, puedo sentir a la brisa, puedo contemplar la luna, incluso por la mañana cuando ella me acompaña, ¿las nubes? Se parecen algodones todas de bellos colores, ¿mis flores? ¡Qué maravilla! ¡Ver como el Señor las riega, para que no se me pierdan! El verde de mi jardín, es un toque de esperanza en este mundo sin calma ¿el cielo? ¡Qué inmensidad Padre nuestro! Y yo así perdida en él, y desfrutando de él, levanto al cielo mis manos mientras rezo un Padre nuestro con toda la creación alabando a mi Señor. Y yo al mirar para el cielo con mis manos levantadas, porque así me lo dictaba el corazón, pude ver que mis ojos, mis pobres ojos, cansados de tanto mal, o puede que de llorar. Esos ojos que tú hiciste para ver, lo han podido lograr.

Tenía delante de ellos, como unas manchas negras, como una tela de araña, que me molestaba, porque me distraía en mí mirar, porque se movían, o mejor, yo movía los ojos siguiendo las sombras negras que salían de mis ojos, cansados, tal vez por la edad. Pero me dije; ¡no! Yo estoy contemplando el cielo, y aunque mis ojos estén cansados o enfermos, por el cansancio del tiempo o la suciedad del mundo, no me van a distraer, y seguí contemplando el cielo con sus nubes de colores.

Pero mi mirada, iba más allá, iba dirigida al velo que nos separa del cielo. De pronto... Vi el velo más claro, las manchas negras no estaban, el cansancio, no lo notaban mis ojos, sabía que estaban allí para cuando terminara, pero no me molestaban, y seguí viendo más claro. Así contemplaba el cielo al rezar esta mañana, el velo que nos separa del Señor de la mañana, que cada día me espera, para darme una lección, pero una lección de amor.

Luego, al mirar para abajo, las sombras seguían allí, son las sombras del cansancio, son las sombras de la edad, son las sombras de mi llanto, y son las sombras del mal, pero que, al mirar al cielo, se tuvieron que apartar, para poder contemplar, esa inmensa celosía desde donde Dios nos ve y nos protege del mal, diciéndole: ¡Basta ya! ¡Apártate de mí vista! Ve, y ocupa tú lugar, que es donde viven las sombras, que, a la luz, no taparán.

Después de mirar al cielo, me salgo para la puerta, quiero ver a mis hermanos, y la calle esta desierta, y como dice el refrán "cada uno en su casa y Dios en la de los demas." Yo sé que es así, y quizás sea un poco rara, y siento la soledad al ver las puertas cerradas, incluso la cierro yo que nunca lo suelo hacer, y es que todo se contagia y haces todo lo que ves, aunque el corazón te duela y no lo quieras hacer.


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