POV - SHANTAL BRACOVICH

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LO QUE DAMOS

El problema aparece cuando el cielo empieza a parecerte gris, pero cuando tomas una foto, está más hermoso que nunca

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El problema aparece cuando el cielo empieza a parecerte gris, pero cuando tomas una foto, está más hermoso que nunca. El problema es recurrente cuando empiezas a ver con otros ojos, pero no son otros ojos, es solo que los tuyos están tan llenos de lágrimas que no distingues. Nos dicen que de jóvenes la vida no duele, que no hay problemas, que es la mejor etapa gracias a su sencillez, pero es lo contrario. Es decir, estamos en pleno proceso de descubrimiento y ni siquiera sabemos quiénes somos o cuál es nuestro propósito, eso, hasta que lo tenemos en frente y en vez de alcanzarlo... chocamos contra él.

Mis padres, después de un gran sermón sobre la vida y las responsabilidades, llenaron mis mejillas de besos hasta que bajé del coche. Noté su tristeza, pero no me impidió decirles adiós. Necesitaba estar lejos de casa, tanto así, que les pedí que me trajeran al internado un sábado. En realidad, no puedo quejarme de mi familia, mis padres llevan veinte años de matrimonio (son la excepción de mi regla de no creer en el compromiso). Los admiro y respeto, pero me sacan de quicio y ahora más que sé su secreto. Ya no logro sentirme cómoda con ellos, y les preocupa que cada día me aíslo de todos menos de mi hermanita.

Me inculcaron valores fuera de este mundo. Desde los cinco años me llevaron a centros comunitarios, y a los lugares más pobres del país. Sus consejos eran: «Shantal, no te sientas superior. A fin de cuentas, la lástima es el peor contaminante porque proviene del ego». Confieso que la primera vez que me pidieron que regalara mis juguetes escogí los más feos. Mi padre los miró y con dulzura se dirigió a mí: «Me parece que esta Barbie no tiene pierna, ¿crees que le guste a tu amiguita Mía?». Traté de explicarle: «Papá, ella nunca ha tenido una Barbie, así que le va a gustar, aunque no tenga pierna». Mi madre que nos estaba viendo, no pudo evitar intervenir: «La idea no es entregar lo que no sirve, como si esa persona por tener menos se mereciera menos. Dar es entregar lo que tienes y multiplicarlo dentro de ti. Todavía no has aprendido el significado de compartir, pero lo aprenderemos juntas, ¿sí, cariño?»

Yo estaba enfadada porque sabía que tendría que dar mis juguetes, pero al final saqué dos de los que me gustaban. Pensé que estarían felices por lo que acaba de hacer, pero mi madre contestó: «Nunca veas como una obligación lo que haces por los demás, porque pierde todo su valor. No nos sirve de nada que entregues tus juguetes si sentirás que perdiste algo. No eres mala por no querer regalarlos, pero ya verás princesita que pronto te estallará el corazón de ganas de entregar lo que tienes porque cada vez que le das algo al universo, tu mundo interno explota de felicidad». Sentí alivio y corrí a dejarlos en su lugar. Ese día no quise llevarlos ni siquiera para jugar con Mía.

Mi padre me llevó sobre sus hombros y nos fuimos donde cada fin de semana, cerca de un puente en donde había muchos niños y pocos adultos. Mía me preguntó desanimada: «¿No trajiste a Max, ni a la sirenita? Oh, esperaba que...». Por primera vez me sentí una mala persona. Después de un rato llegó mi madre con un regalo en sus manos. Recuerdo con claridad que corrí a su encuentro pensando que era para mí, pero al final fue a entregárselo a Mía. Me llené de rabia hasta que Mía le quitó el papel de envoltura y comenzó a llorar. Gritaba fuerte y agudo. Mi madre le pedía que se calmara, pero ella daba saltitos y, cuando dejaba de llorar, gritaba. No se lo podía creer, eran gritos de felicidad. Tenía una Barbie, sin carro, ni accesorios, pero era una Barbie bonita... aunque bueno, tampoco tan bonita. Yo estaba muy chica para saber que a veces lloramos cuando no podemos contener la emoción.

Mía me dio un abrazo muy largo. Mi madre le dijo que había sido un regalo mío y ella me decía que le había dado el día más bonito de toda su vida. «Pellízcame para despertar del sueño», le pellizqué y no despertó, así que empezó a correr alzando en brazos su Barbie como si se tratara de un avión. Allí comprendí que poco importa cuánto dinero tienes, hay que buscar que nuestro corazón estalle de amor, para que así nazcan millones de infinitos en nuestro interior y se conviertan en felicidad.

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Quinientas veces tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora