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No tengo ganas de nada y la gente que puede ayudarme es, precisamente, la que necesito que esté más lejos. Porque en el fondo lo que me duele es algo que debo resolver yo, enfrentándolo, y como se trata de mi madre no sé hacerlo. No hay forma de fingir una sonrisa cuando no soporto ni mi propia compañía. Se supone que no deberían forzarme, pero lo hacen.
Si mi sonrisa se apagó, deberían dejarla así, pero insisten en que sonría, aunque sea falso, y que siga instrucciones de algo en lo que no estoy de acuerdo.
El problema es que soy un títere de otras personas y mi vida no me pertenece. Lo único que busco es analizar mi existencia para conseguirme de nuevo con la otra parte de mí, la que se rebeló ante la normalidad que nos vuelve máquinas, el amor que nos hace zombis, y las sombras que me impiden descubrir lo que me falta para que, al fin, pueda valorar lo que sí tengo. Pero ahora, desde el bosque, la debilidad satura las pocas ganas que tengo de continuar mi misión. Abril está concentrada hablando con Verónica y me molesta saber que al final no puedo hacer nada. Seguro cuando yo no esté estarán juntas y serán felices de una manera normal. Una en la que yo nunca podré quererla. Por ahora quiero dormirme para no estar tan celosa y ni siquiera eso puedo. No tengo sueño.
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