POV - ABRIL SALVAT

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EL SACRIFICIO DEL EGOISTA

—Soy Benjamín Guerra y durante este curso estaré enseñándoles Economía

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—Soy Benjamín Guerra y durante este curso estaré enseñándoles Economía. No voy a pedirles que se presenten, porque incluso, si lo hicieran, no me aprendería sus nombres. La asistencia a mi asignatura es opcional, no quiero obligar a nadie a estar sentado escuchándome. Los que quieran saber quién soy, dónde estudié y los premios que tengo, pueden investigarme, porque no vine a hablar de mí. Así que vamos a dar inicio a nuestra clase. ¿Alguien quisiera preguntarme algo? Por ejemplo, usted... —Se dirige a Shantal que está parada en la puerta de entrada, escuchándolo—: no me gustan los que llegan tarde. Ha arrancado con mal pie, por favor, termine de ingresar.

—No tengo excusas, me quedé dormida —responde Shantal, dirigiéndose a su puesto y sacando sus libros. Tengo una pregunta para usted, si me lo permite —le dice al profesor.

—A los impuntuales no se les permite preguntar, pero haré una excepción.

—¿Por qué a las grandes potencias les conviene que haya tanta pobreza, y que la gente se muera de hambre?

—No caiga en alusiones, es mejor que antes investigue sobre los escenarios internacionales.

—¡Beeeeeee! —interviene Aaron, lanzándole un pedazo de papel, pero Shantal ni lo determina.

—¿La gente se muere de hambre para que Estados Unidos, Rusia, Europa y Asia puedan competir entre ellos en nombre del progreso económico? ¿Es la única manera de llevar económicamente al mundo? ¿O hay otra forma de lograr sobrevivir sin que niños se mueran de desnutrición cada cuatro segundos?

—Señorita, se queja de la distribución económica, pero el dinero es lo que determina la valoración de un bien o servicio, ¿y qué sucede? Usted establece que existen los recursos para solventar el hambre a nivel mundial, pero como estamos en clases de economía debo decir que establecer que los recursos sean infinitos es un término errado.

—¿Errado o imposible? —intervengo y Shantal voltea a mirarme.

—Un poco de ambas. ¿Alguien sabe por qué?

—Porque no puedes tomar los recursos que tienes y decir: «Voy a acabar el hambre mundial» porque acabarías el hambre un rato y luego habría hambre para todos —interviene Stephen.

—¡Exacto! La producción de un país es lo que determina la cantidad de bienes y servicios que tiene a su disposición para consumir y hasta para poder exportar —contesta el profesor.

—¿Hasta qué punto tiene la economía mundial para ayudar a otros países? ¿Hay disponible un fondo para las necesidades? ¿Sabrá alguna cifra o al menos, lo trataremos luego? —pregunta Shantal, con cierta preocupación.

—Recuerden que no estamos divididos como un solo lugar. Es imposible decir "El mundo acabará con el hambre", porque es difícil tomar una decisión cuando depende de tantos países, o de las potencias. Es más complicado que imaginarlo, señorita —le responde el profesor y Shantal le debate.

—Tan solo sesenta y dos personas poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial. Tenemos una economía al servicio del 1% y me dice que la razón recae en nuestras divisiones socio-políticas. Qué poco hemos avanzado como raza.

—¡Shantal la defensora de los pobres! —comenta Aaron—.

¡Protestemos! Entreguemos todas nuestras riquezas para salvar al mundo —dice irónicamente—. ¡Cambiemos el mundo con amor! Y seamos hippies, pero por favor... ¡que no falte la hierba de la paz!

El salón se hace risas, pero el profesor toma el control de inmediato y escribe en la pizarra:

"El sacrificio del egoísta"

—Si cada una de las personas que su compañera menciona diera un 10% de sus riquezas, podríamos tener el mundo con el que muchos sueñan. ¿Es justo el sacrificio del egoísta? ¿Obligar a alguien a que dé, es apropiado? ¡Sería el comienzo de un comunismo, que fallará cuando los flojos se aprovechen y dejen de trabajar! —explica el profesor y el silencio se apodera de la sala—. Si el egoísta guarda el dinero y tiene cosas propias que identifica como suyas, se construye un sistema que mueve la pasión de los hombres en la búsqueda del crecimiento que traducimos en progreso para desarrollarnos como sociedad y como nación. Es importante que entiendan qué pasa con el sacrificio del egoísta. Si logramos que existan más individuos que deseen la honestidad y la justicia por encima del pisoteo social que se ha vuelto el juego de la economía internacional, pues entonces, estoy seguro de que reduciríamos el hambre para que sesenta y dos personas no tengan la totalidad del poder adquisitivo de la mitad del mundo. Sé que le dije que su punto de vista es imposible y lo mantengo, pero los que van contra la corriente no se asustan con imposibles —dice a Shantal.

Tocan la puerta tres veces, hasta que Benjamín Guerra, con cara de antipatía, accede a abrir.

—Mamá, ¿qué haces aquí? —Shantal se levanta.

—Disculpen la interrupción pero, ¿podría dejar salir a mi hija?

— Shantal Bracovich, puede retirarse.

—¿No que era malo aprendiéndose los nombres?

—Hay personas que definitivamente merecen ser llamadas por su nombre —contesta, despidiéndose de ella y de su madre.

Shantal, antes de irse, deja una foto sobre mi mesa, y ya afuera del salón, agita su mano dulcemente, para despedirse de mí, dedicándome una sonrisa llena de malicia que cobra sentido cuando veo el mensaje que tiene la polaroid. ¡Es incorregible! 

 ¡Es incorregible! 

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Quinientas veces tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora