𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑽𝑬𝑰𝑵𝑻𝑰𝑺𝑰𝑬𝑻𝑬

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Los tacones de Cindy resonaban en la oscuridad, las luces de las linternas danzaban en el subsuelo creando sombras a su alrededor

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Los tacones de Cindy resonaban en la oscuridad, las luces de las linternas danzaban en el subsuelo creando sombras a su alrededor. Debían tener cuidado por donde pisaban, las tuberías se cruzaban a la altura de sus pies, correteando hasta alcanzar los hornos. Más de una vez se dieron la vuelta, observando sobre sus hombros a la espera de que algo o alguien les salte a la cara. Era difícil de ignorar ese sentimiento de persecución cuando la policía está detrás de ti continuamente y sabes perfectamente lo que en las sombras se oculta. Mas los encapuchados creían saber a qué tenían que temerle realmente: las personas.

—¿Segura que era por aquí? —consultó Snyder arrastrando a Sara con fuerza del brazo.

—Cállate y camina —le retó Cindy.

Sus órdenes eran un tanto difíciles de seguir porque Sara aprovechaba cada una de las tuberías habidas y por haber para trabar sus pies y obligar a los otros a tironear de ella. Y eso mismo hizo hasta que la morocha perdiera los estribos, dio media vuelta y le apuntó su haz de luz directo a la cara, cegándola.

—¿Te estás divirtiendo? —Cindy tomó su cara con una mano, apretando las uñas largas en sus cachetes enrojeciéndolos—. Porque a mí no me causa ninguna gracia.

—¿No que te reías con todas mis boberías? —le picó la rubia, tratando de modular a pesar del dolor en sus mejillas.

—Me reiré el día que te vea a dos metros bajo tierra —le susurró con una calma mortecina—. Jamás debí dejar que Steve perdiera su tiempo contigo.

—¿Dejarle? —inquirió Sara parpadeando, tratando de ignorar que apenas podía verle el rostro puesto que la luz casi le quemaba—. ¿Steve siquiera te escuchaba? Porque no es lo que recuerdo... —Cindy trasladó su mano a su cuello, sintiéndole el pulso, la carne fresca y tersa, totalmente apetecible para apretar y asfixiar—. Recuerdo escuchar mi nombre, una y otra vez. —Carl, que se mantenía distante de la rubia todo el tiempo, comenzó a avanzar hacia Cindy al verla apretar cada vez con mayor ímpetu su cuello—. Recuerdo ser yo quien recibía los regalos, los abrazos y los besos.

—¿Y sabes qué recuerdo yo? —alegó la morocha sin ánimos de derrota, se acercó al oído de Sara y susurró—: Nosotros en la cama, Steve encima de mí, gimiendo. Era yo quien le daba el mayor placer.

—Pero era a mí a quien él quería al final del día.

Sin que nadie lo pudiera ver venir, aunque bastante obvio, Cindy terminó golpeando a Sara. La morocha agitó su linterna y le atizó justo por debajo del ojo, causándole instantáneamente un pequeño y milimétrico tajo por donde un hilo de sangre escurrió lentamente.

Carl rodeó sus brazos para retener a Cindy antes de que intentara golpear otra vez.

—¿No ves lo que intenta? —trató de moderarla él—. Nos está retrasando.

No es como si al pelirrojo le importara cómo terminaba Sara después de esto, pero estaba aquí ayudando a Cindy, tratando de que la morocha cumpla su objetivo y, además, cuanto más rápido se deshagan de la rubia más lejos ellos dos estarían de este pueblo. O eso es lo que trataba de decirse, imponiendo esa esperanza latente e inútil por sobre la cruel y perspicaz realidad.

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