𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑻𝑹𝑬𝑰𝑵𝑻𝑨 𝒀 𝑪𝑰𝑵𝑪𝑶

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Aran acostó a la niña en una de las habitaciones de la planta alta, parecía estar hecha para una mujer adolescente con todos esos posters de bandas musicales y tapas de revistas de ídolos y actores

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Aran acostó a la niña en una de las habitaciones de la planta alta, parecía estar hecha para una mujer adolescente con todos esos posters de bandas musicales y tapas de revistas de ídolos y actores. Desgraciadamente, no tenían otro lugar dónde ir. Ahora ya no se sentían muy seguros en ninguna parte y él sabía que su compañero no se molestaría en que se quedaran a salvo allí.

Bueno, al menos eso es lo que le gustaba creer a Aran. Pensaba que si supiera quien en verdad es Sara Miller ya no se sentiría tan a gusto.

Y es que a él también le estaba costando volver a confiar, salvo que ese asunto era el menor de sus problemas justo ahora. Tenía otras cosas en su mente, como la desaparición de Carver, el hecho de que Rita esté en el hospital y que Robert se encontrara muerto y, lo peor de todo, su hermana.

La tapó con la frazada y besó su frente. Se quedó allí pasmado, sentado al borde y observándola. Nadie en su sano juicio creería que ella estuviera muerta, pero Aran ya no podía negarlo. Ahora, todo lo que antes se encontraba difuso, había vuelto con un golpe de claridad. Sus recuerdos, lo que ocurrió aquella noche y la cantidad de veces que había nombrado a su hermana para que otros no prestaran demasiada atención o siquiera lo recuerden.

Otra lágrima cayó, solitaria, por su mejilla y la limpió con rudeza. Hada tomó su mano y le sonrió.

—No te preocupes hermanito, siempre estaré aquí para ti —le prometió—. No me iré a ningún lado.

A Aran le dieron escalofríos. Era egoísta de su parte haberla mantenido todo este tiempo distrayéndolo del mundo exterior, acompañándolo y manteniéndolo firme. Mary le había dicho que necesitaba cerrar el ciclo, que debía despedirse y hacerle saber que podría con esta vida él mismo.

—No se irá mientras tú la necesites —recordó sus palabras.

Suspiró y le corrió unos mechones rebeldes de su cara, la observó quedarse dormida con sus caricias.

Era sumamente egoísta, sí. Solo que no podía ignorar el hecho de que ella era la única razón por la que seguía de pie, con fuerzas para afrontar lo que venga. Hada era su luz, su guía y corazón.

Y no podía dejarla ir.

Cerró la puerta suavemente para que no chirriara y la despertara, dejó una pequeña rendija echando un último vistazo y dio media vuelta para bajar. Mary se encontraba a medio camino, manos en los bolsillos de sus pantalones. Aran la notó algo incómoda, aunque también triste.

La relación entre ambos había cambiado sin lugar a duda, el problema era ¿de qué manera? Porque Aran la seguía queriendo tan irracionalmente como desde el primer beso y no sabía si se debía a lo que ella era o confiar en su palabra y creerle que todo lo que habían vivido era real.

—Puedes dejarla ir, no tienes que temer a estar solo, Aran.

—No hablemos de ello, por favor.

—Tenemos que —puntualizó ella, cortando su paso por el pasillo cuando este intentó rebasarla—. Puede que la necesitaras en su momento, que fueras un adolescente que se encontraba repentinamente solo en este mundo. Pero ya no lo eres. —Aran la observó cuando sus manos se posaron en sus brazos, sintió nuevamente esa quemazón en su corazón que picaba y escocía, que le impedía respirar y le secaba la garganta otorgándole un hambre voraz de solo besos—. Ahora eres un hombre que tiene mucho por ganar.

EL CÍRCULO ©  |  #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora