𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑻𝑹𝑬𝑪𝑬

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Ahora que estaban mucho más tranquilos, Carl y Cindy habían regresado al auto y se mantenían en un silencio cargado en desazón

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Ahora que estaban mucho más tranquilos, Carl y Cindy habían regresado al auto y se mantenían en un silencio cargado en desazón. Pero algo había cambiado en ellos, aún sin que lo notaran.

—¿Me dirás por qué quisiste hacerlo? —Cindy usualmente habría cargado sus palabras de furia, pero esta vez trató de controlarse y comprender lo que a Carl le sucedía.

—Cuando te fuiste dejaste tu teléfono —le explicó Carl, su mirada estaba perdida en el paisaje y su frente chocaba con el vidrio de la ventana—, hablé con el número privado.

El silencio posterior a sus palabras dejó la desazón de lado para cargarse de terror. Cindy estaba curiosa pero a la vez sus labios estaban paralizados sin poder pronunciar absolutamente nada. Se preguntaba qué podría haberle dicho para que él terminara de aquella manera.

—Pensé que era mejor morir por mí mismo, pero estoy bien ahora —habló como si se tratara de no volver a jugar a las cartas y no sobre atentar contra su propia vida, la morena estaba confusa—. No me había dado cuenta de que aún tenía algo por lo cual pelear.

Carl la observó y ella sintió sus mejillas colorearse, su corazón latió más fuerte. Se dijo a sí misma que era la vergüenza y la extrañeza, no debía olvidar quién era realmente Carl Joys. Pero también su lógica decía que no había gran diferencia a quién ella era. Ambos eran dos casos perdidos.

—El número... —decidió cambiarle de tema—. ¿Te pidió algo? ¿Reconociste la voz?

—Sé muy bien quién es —le dijo—, pero es mejor que tú jamás lo descubras.

—¿De qué hablas?

—Tengo que hacer algo y voy a necesitar tu ayuda. —Que él haya ignorado su pregunta le ponía los pelos de punta, se preguntaba si tendría las mismas ganas de morir o si terminaría muerta en manos de alguien más si lo descubría por lo que se lo dejó pasar—. Hay que ayudar a Sara Miller.

—¡¿Cómo?!

Cindy estaba más que sorprendida, no podía creer lo que sus oídos escucharon. Esa misma tarde había querido asesinarla y ahora tendría que ayudarla, no entendía para nada a ese chico. Pero lo peor de todo era ese sentimiento que le revolvía su estómago, otra vez volvía a pensar que siempre todo terminaba girando en torno a ella. Había querido deshacerse de ello con ayuda de la secta y ahora ¿tendría que deshacer lo ya hecho? Porque estaba claro que Carl debía salvarla del círculo, debía salvarla de lo que ella había provocado.

—No lo entiendo, no tiene sentido —se quejó—. Carl mírate cómo estás, lo mejor para ti sería irte de este pueblo y jamás volver.

—Me perseguiría, sabría dónde encontrarme —le contestó él misterioso—. Moriré si no la ayudo.

Ella suspiró exasperada.

—¿Por qué siempre todo termina siendo sobre ella? —le gritó a la nada misma.

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