𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑪𝑼𝑨𝑹𝑬𝑵𝑻𝑨

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—Tranquila, todo estará bien —le susurró Aran mientras le sacaba cuidadosamente su remera, deslizó la prenda por su cabeza justo cuando oyó un gruñido estrangulado por su parte—

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—Tranquila, todo estará bien —le susurró Aran mientras le sacaba cuidadosamente su remera, deslizó la prenda por su cabeza justo cuando oyó un gruñido estrangulado por su parte—. Ya está, ya está, todo irá bien.

Observó de reojo la herida, vislumbrando que la bala no atravesó su cuerpo y quedó alojada allí. Usó la tela para comprimir un poco la hemorragia en su estómago sin presionar demasiado para que el objeto no siga enterrándose en sus órganos ni dañe nada más.

Trataba de concentrarse en el ahora y no pensar en los "y si..." que su cabeza le arrojaba con desesperación. Ya no era un niño pequeño a merced del destino, había dejado atrás los miedos y la inexperiencia. No dejaría que ella muriera en sus brazos.

—Carver —lo llamó con un dejo de desesperación—. ¡Carver! —Este reaccionó y dejó de ver el cuerpo tendido de Ketillgud, encontró movimiento y supo que Rockwell y Joys escapaban, aunque tuviera muchas ganas de ir tras ellos, sabía que su compañero lo necesitaba—. Busca ayuda, pide una ambulancia.

El hombre corrió todo el camino de vuelta a la multitud, dándose cuenta que los policías lograron crear una especie de cordón y sacaban de adentro del club a los periodistas y cámaras infiltrados. Ni siquiera pidió la cooperación de nadie, se adentró en una de las patrullas abiertas sin supervisión y tomó la alarma para pedir, con urgencia, una ambulancia justo en la calle lateral al club Averno.

Para su desgracia, varios ojos, entre ellos prensa y vecinos curiosos, lo observaron interesados y siguieron sus pasos encontrar el nuevo escenario.

No tardó en saberse. Nadie quería perderse la primera plana de mañana, la foto del detective sujetando y tratando de salvar a la única víctima rescatada de los sectarios. A la única que tenían la obligación de proteger y no hicieron. Si todos ellos supieran por lo que esos dos tuvieron que pasar... Bueno, tal vez eso también saldría en noticias. Con esa gente no había privacidad, ni siquiera en el pleno sufrimiento ajeno. Y, desgraciadamente, conseguían ser un mal necesario.

Los ojos de Mary Jones se iban cristalizando poco a poco, seguían los movimientos de Aran que ahora pedía espacio para no sofocarla. Entonces, ella movió su mano y tomó su barbilla, sentía una enorme necesidad de ver sus ojos, que la mirara, que ambos compartieran ese momento y se alejaran del bullicio de la cuadra.

Sus dedos mancharon, sin querer, su piel, pero lejos estaba de importarles. Cuando sus miradas conectaron, ella supo por qué la había esquivado tanto. Estaba haciendo esfuerzos descomunales para no venirse abajo frente a todos ellos, no quería llorarla, no podría con todos esos sentimientos acumulados si salían a la luz. No quería que muriera.

—Dime qué tengo que hacer —le rogó Aran con la voz cortada—. Lo haré, lo que sea.

Ella sonrió y, debido al movimiento, una lágrima se escapó por un costado. Se sentía profundamente llena y satisfecha, que Aran quisiera mantenerla con vida, sana y salva, era todo lo que hubiera deseado y más. No pedía tanto, simplemente el sentimiento de ser querida por una vez en toda su existencia.

EL CÍRCULO ©  |  #PGP2022Where stories live. Discover now