𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑻𝑹𝑬𝑰𝑵𝑻𝑨 𝒀 𝑺𝑬𝑰𝑺

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La ilusión es tan peligrosa como el mismísimo amor

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La ilusión es tan peligrosa como el mismísimo amor. Cuando nos confiamos que el resultado será de una manera, cuando creemos que esa persona es tal como la imaginamos y después... todo cambia... puede ser fatal.

Tan fatal como se sentía Cindy Rockwell en este preciso momento al ver a la cosa amorfa que había dejado atrás esa fastidiosa alma del infierno. Eso que se encontraba sentado en el sillón de la oficina del profesor, con los ojos totalmente vacíos, no era el Steve Pine que ella recordaba.

No es como si Carl se sorprendiera. Después de aquel sueño donde había presenciado solo el primer avance de su alma siendo aplastada y destrozada era obvio que poco quedaría del chico que era. Y, secretamente, Carl lo prefería así. Tan egoísta como sonaba. Pensaba que un poco de su propia medicina nunca le vino más bárbaro, así que no podía sentir pena por él. Aunque sí por Cindy.

Lo único que ella hacía era verlo, tratar de alimentarlo, darle un poco de agua. Lo único que conseguía era una estatua viviente. Un vegetal.

—Tendrá hambre en algún momento —la calmó.

Ella asintió con fuerza, grabándose sus palabras con un cuchillo lleno de esperanza.

Pero la desilusión ya estaba presente, la idea rota en su mente que creaba un terremoto en su estabilidad emocional.

No Steve, por favor, no él.

¿Qué tenía Steve Pine que la hizo ilusionar tanto? ¿Cómo su felicidad podía depender tanto de alguien más, en vez de sí misma? Iba contra todo lo que juraba y perjuraba creer. Contra las bases de su absoluta independencia y esteticismo. Y, aun así, allí estaba. Arrodillada frente a él, con las manos hechas puños y sus uñas largas clavadas como filamentos de cristal en su carne.

¿Por qué?

Era una pregunta que rondaba tanto su cabeza como la de Carl Joys. No se sentía con el derecho de juzgar, después de todo era la viva imagen de Cindy. Ambos se parecían demasiado y a la vez nada. Tal fijación, ilusión, mataba las esperanzas al primer porrazo. Trabajaba lentamente por dentro, sin darte cuenta, hasta que con tan solo una acción o una palabra todo se venía abajo.

Las obsesiones estaban arraigadas con el campo de la ilusión y las esperanzas.

El amor era ilusión y, a su vez, desilusión.

Era irónico como todos los sentimientos se parecían y ninguno era lo mismo. Cómo juegan cruelmente entre ellos, se enredan a gusto alrededor de tu corazón como hilos invisibles. Y, al momento de enfrentar la realidad, todos se ajetreaban con prisa, ajustándose hasta no poder apretar más.

La puerta de la oficina se abrió, el profesor los miró a ambos tentativamente, especialmente a la morocha que trataba de no enviar todo su odio interior por sus ojos. Ella no podía reprocharle nada, él había hecho exactamente lo que prometió. El resultado no era el esperado, pero ¿acaso había mentido?

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