𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑻𝑹𝑬𝑰𝑵𝑻𝑨 𝒀 𝑻𝑹𝑬𝑺

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Aran se sentó en la calzada, con la cabeza entre las rodillas y sin siquiera poder hacer que sus ideas conectaran

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Aran se sentó en la calzada, con la cabeza entre las rodillas y sin siquiera poder hacer que sus ideas conectaran. El relato de Mary, aquella Mary que ocupaba el cuerpo de Sara Miller, lo había descolocado por completo.

Mientras más la veía, más sus instintos le decían que nada había cambiado. La misma dulce, astuta y valiente chica que conoció gracias a la secta estaba allí, frente a él. Y lo seguiría estando si Aran no la alejaba. No obstante, no era tan fácil. Cuando sus ojos se alejaban de su rostro a medida que el relato pasaba y se posaban en sus manos, en aquellos dedos flacos y delicados, en su piel suave, más las palabras cambiaban lo que veían. En un instante las manos de Mary estaban limpias, al otro se encontraban manchadas de sangre.

Le costaba unir a esas dos personalidades. A Mary y a Sara. Aran se preguntaba si de verdad era como ella lo decía, si la chica frente a él era la mujer que todos conocían por aquella época, justo antes de matar a su primera víctima.

—¿Ahora comprendes? —susurró Mary, sentándose a su lado con un gran espacio entremedio. No quería incomodarlo, pero tampoco podía arrojar la bomba y dejarlo lidiar con el martirio—. No sabes lo afortunado que eres, lo afortunadas que son las mujeres en este siglo, esta época. Puedo ver los recuerdos de Sara Miller muy claramente, como una película distante, y soy consciente de que a la sociedad le falta mucho por aprender. Personas malas habrá en cualquier línea temporal, siempre. Pero, aun así, la libertad con la que viven es... —Mary inhaló mientras cerraba sus ojos, como si pudiera palpar los sentimientos, y concluyó—: refrescante.

No, Aran no podía imaginarse lo que ella vivió y sintió. Apenas comprendía una cuarta parte, lo que rozaba la superficie de sus palabras.

—¿Por qué me cuentas todo esto? —Preguntó Aran, la curiosidad lo carcomía—. Podrías haber mentido otra vez, pretender ser inocente.

Mary frunció los labios y apretó sus manos, sus palabras le afectaban más de lo que hubiera esperado. Si viajara al pasado y se dijera a sí misma que un día acabaría aceptando a un hombre, que lo querría y jamás se atrevería a lastimarlo... ella se hubiera reído. Pero desde el primer momento, Aran le pareció alguien especial. Y no hablaba por las pequeñas singularidades que le sorprendieron, más bien a su personalidad, a cómo él era como persona. Parte de ese gran éxito siendo quién era, Mary les otorgaba el mérito a sus padres. Si ella hubiera tenido al menos a su madre viva, tal vez las cosas podrían haber sido muy diferentes, ella le hubiera enseñado a lidiar con las pesadillas, con el monstruo de la habitación contigua y con las lanzas que le tiraba la sociedad. En cambio, tuvo que afrontarlo ella sola.

Aun así, con todas esas excusas en su mente. Algo le decía que distaba mucho de la realidad. Aran también había perdido a sus padres y podría haberse abandonado en los excesos hasta decaer; todo lo contrario, había luchado para seguir adelante.

Mary admiraba a Aran.

—Jamás te he mentido, no iba a empezar ahora. —Y antes de que él le refutara algo, le aclaró—: te oculté cosas, sí. Pero siempre fui sincera contigo. —Se mantuvieron un largo rato en silencio, cada uno inmerso en su mundo de complicaciones y palabras no dichas, hasta que ella suspiró y se animó a acercarse un poco más hacia él. Observó su perfil, recordó la calidez que la embarga cada que su piel roza la de ella y se contuvo para aguardar distancias—. Además, ahora que los sabes todo, me gustaría que, si decides que puedo quedarme a tu lado, lo hagas sabiendo todo de mí.

EL CÍRCULO ©  |  #PGP2022Where stories live. Discover now