𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑪𝑨𝑻𝑶𝑹𝑪𝑬

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Cindy y Carl se estaban tardando demasiado, al menos esa era la pura y exclusiva opinión de Sara que permanecía sentada en aquel sucio y oloroso sótano

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Cindy y Carl se estaban tardando demasiado, al menos esa era la pura y exclusiva opinión de Sara que permanecía sentada en aquel sucio y oloroso sótano. La humedad estaba asentada en la madera del suelo y del techo, pero sobre todo en las paredes con moho que desconchaban la pintura y las llenaban de verde musgo.

Se paró impaciente, tenía sueño y aún le ardía la palma de la mano. Se la analizó, el tajo no sanaba y aunque con un gran esfuerzo había tratado de limpiarla con su remera rota y ya no quedaban restos de sal seguía punzando y latiendo, estaba caliente y la costra de sangre apenas comenzaba a secarse. Necesitaba curarse esa herida antes de que se infecte y empeore, entonces sí que le dolería. Pero allí encerrada no podía hacer más que lamentarse y cabrearse, miró hacia arriba a la puerta esperando que esta se abriera y no fuera Steve el que cruzara el umbral, más bien que sea Cindy apurándola a salir.

La puerta se mantuvo tan quieta e impoluta como hace diez minutos atrás cuando la chequeaba.

La podredumbre del lugar estaba peor de lo que la imaginaba, la hacía pensar que la estructura estaba oficialmente abandonada. Tendría sentido porque, después de todo, no sabían a ciencia cierta lo que Sara Miller conocía sobre el culto y todo lo que recordaba. No tenía sentido arriesgarse a volver al lugar. En el silencio latente oía un zumbido que al principio pensó que se trataba de alguna bombilla de luz, ahora no estaba tan segura. Buscó de dónde ese insistente sonido venía y se encontró a sí misma caminando hacia la pared debajo de la escalera, olfateó el aire y se tapó la nariz al instante hasta estornudar. El olor a moho y putrefacción venía de ese espacio debajo la escalera que estaba confinado en tablas, no había ninguna puerta que dejara ver lo que había dentro y Sara probó si podía escuchar el sonido hueco al golpear la zona con su puño. Las tablas medio que cedieron y un intenso olor a huevo podrido salió de allí.

—Maldición —masculló la rubia por lo bajo sabiendo lo que se encontraba detrás oculto.

Retrocedió unos pasos, sus ojos percibieron una oscuridad que se filtraba entre las rendijas y en la distancia sus oídos captaron lamentos, chillados en el silencio sin nadie más que los logre escuchar desde el mundo de los vivos.

Rápidamente se dirigió a una de las esquinas donde había un tumulto de sillas y mesas en mal estado, además de cajas con chucherías y objetos olvidados. Tiró de la pata de una de las sillas para desprenderla del montón y comenzó a patear de modo que la hiciera ceder. Tomó el pedazo de madera con su mano sana, no era muy útil con ella mas no debía esforzarse por atinarle, simplemente debía destruir la pared. Tomó envión y estrelló la pata de la silla hasta que un gran agujero se abrió sin poner esfuerzo alguno.

Lo que cayó por allí y el olor a putrefacción que inundó la habitación le hizo darse vuelta para devolver contra una de las mohosas paredes.

Volvió a mirarlo con una suave calma tétrica que no le pertenecía a la antigua Sara. Observó esas extremidades llenas de gusanos, moscas y un líquido que se derramó por el suelo. El miedo a la muerte no fue lo que le hizo correr escaleras arribas, sino lo que ella dejaba atrás. La peligrosa bruma, una maldad pura y escalofriante que hasta Sara rehuía de ella. Subió por las escaleras pisando por los extremos y no al centro por miedo a que ceda y termine cayendo en esa montaña de cuerpos.

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