𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑻𝑹𝑬𝑰𝑵𝑻𝑨

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Aran siguió por el corredor donde se vislumbraba la luz del exterior, haciéndose más intensa a cada paso

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Aran siguió por el corredor donde se vislumbraba la luz del exterior, haciéndose más intensa a cada paso. Sara solo corría junto a él mirando por encima de su hombro y sabiendo que detrás los perseguían sus pesadillas.

—¡Aran, rápido! —Una vocecilla habló e hizo resonar el eco—. Deprisa, por aquí.

Hada los alentó a continuar. Sara se sorprendió de que el detective no se haya ni inmutado, simplemente la siguió al pie de la letra doblando por las esquinas correctas hasta que en la última los dejó solos pero frente a una de las salidas.

El pasillo era un largo tramo cilíndrico, paredes adoquinadas y agua estancada. Las plantas crecían, enredándose en la piedra, desde la mitad del pasillo y trepando hasta el techo. Ambos se observaron a los ojos antes de encaminarse hacia las rejas que cubrían el arco que desembocaba en el bosque.

El agua estancada les llegó hasta las rodillas, a Sara inclusive más arriba por lo menuda que era. Arrastraron sus pies tratando de ignorar el olor a podredumbre y no pensar en las cosas que los tocaba debajo del agua. Seguramente, no se trataría más que de ramas y basura suelta.

Sus manos chocaron con el portón totalmente corroído por los años de abandono, lluvia y viento. Aran tiró del pasador con fuerza, su mano se llenó de la férrea y oxidada sustancia que desprendía. Finalmente, luego de un gran chillido, se desencastró y pudieron abrir las rejas lo suficiente para pasar y salir del río estancado que seguía cada vez más profundo en el bosque.

—¿Dónde estamos? —Se preguntó Aran en voz alta, miró hacia todos lados viendo nada más que árboles—. No podemos estar muy lejos de la ciudad. —Luego de no escuchar respuesta de Sara, se giró a verla. Ella estaba parada a unos pasos de él, mirando fijamente la reja por la que habían salido—. Sara, ¿te encuentras bien?

No parecía tener ninguna herida importante más que raspones y magullones. Pero sus ojos estaban perdidos y perturbados, él tocó su hombro y ella saltó del lugar, miró a su alrededor y se dio cuenta de Aran a su lado.

—¿Estás bien? —insistió un poco más cauteloso con respecto a su actitud.

Ella quería decirle que sí, que podrían olvidar todo aquello por lo que pasaron. Que su pasado no la perseguiría. Mentiría si lo hiciera.

—No —susurró, negando con su cabeza suavemente.

—¿Qué pasa?

Su respuesta no llegó, volvió a dirigir su mirada hacia ese lugar. Aran comenzó a impacientarse, sabía que no debía de haberla involucrado... Sentía la necesidad de llevársela y meterla en un bunker hasta que todo esto pase. Él creía en su fortaleza más que ningún otro, pero había algo que la había perturbado, al fin y al cabo. Fue estúpido de él pensar que era invencible.

—¿Quién era? —Inquirió cauteloso, refiriéndose a esa sombra extraña con forma de hombre.

—Mi peor miedo.

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