12. Una tarde de calor

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— Me llamó Elaine. Mi padre me llamaba Ela, siempre me gustó que me llamara así. Ahora todos deben llamarme así.

— Elaine... — Piandra sonrió. Era un nombre precioso para una gatita divina. Observó minuciosamente su rostro. Admiraba su rostro bajo la luz del sol que se reflejaba en su piel con claridad.

— Sí... sé que suena muy anticuado...

Oh mierda en serio es muy hermosa.

Su piel es muy blanca.

Que ojos tan bonitos.

¡Oh mira! Tiene tres lunares formando una línea en su barbilla.

Sus ojos... Por los Dioses ¿Ese color siempre ha existido?

Sus labios se ven rosados y redondos. Me muero por besarla.

Quiero quitar con mis labios las gotas de su cuello.

Que bonita es.

¿De qué me está hablando?

— ... Y no sé... No me desagrada que me llamen así. He olvidado que me llamo así — se encogió de hombros y sonrió mostrando las líneas de en las comisuras de sus labios. Tengo que hacerla sonreír más — Mi otro nombre lo odio, es muy... Agh — llevó la palma de su mano a la frente — Estoy hablando de más.

— No. Continúa. Me gusta escuchar tu voz.

Sus mejillas se tiñeron de rojo, carraspeó y se mantuvo la distancia entre el macho. Se supone que debía refrescarse, no acalorarse. Él se acercaba con lentitud, pasando desapercibido y ella no se daba cuenta hasta que él le hacía algún comentario que la avergonzara.

— Ehhh me olvidé de lo que estaba hablando — se desconcentró por mirar el inicio de sus abdominales. Que fuerte era Piandra — Háblame de ti.

— No hay mucho de que hablar — su vida era la más simple y aburrida, hasta que tuvo un motivo por el cual regresar emocionado del trabajo.

— Todos tenemos algo que contar. Háblame de ti. No sé mucho... ¿No te importa que pregunte?

Él sonrió y dejó que su cuerpo se moviera con el agua hacia ella.

— No sé que puedo decirte. Pregúntame.

Le echó una ojeada a Leo que parecía pez en el agua nadando y queriendo saltar como delfín. Se centró de nuevo en Ela que mordía sus labios pensando.

— A ver... Mmm ¿Color favorito?

¿En serio? Asintió de buena manera, no podía negarle cuando le sonreía inocentemente.

— No tengo un color.

— ¿En serio? Pensé que era el negro.

— ¿Por? — poco a poco se estaban moviendo hacia unas rocas. Esa era la intención de Piandra. Mientras él más se acercaba, ella se alejaba.

— No sé — movió sus cejas hacia arriba — Tal vez porque la mayoría de tu ropa es negra.

— Creo que me he acostumbrado a vestir así en el trabajo.

— Y cierto. Eres una pantera negra enorme... me asustaste cuando te vi por primera vez.

— Lo sé. Esa era mi intención. Asustar a una gatita indefensa que había entrado a mi territorio a robarnos.

— Oh no, deja de mencionarlo — rio. No quería recordar eso.

— No sé si tuviste suerte de que hayas entrado a los límites cuando estaba de turno.

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