13. La noche en que todo cambió.

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Llegó a la cabaña más tarde de lo normal.

El cansancio había abandonado su cuerpo al ver a la gatita muy enrollada entre sus sabanas. Abrazaba su almohada con su nariz hundida en ella. La imagen lo llenaba de orgullo y de diversión.

Ella le aseguró que nunca dormiría en su cama. Debió apostar con ella.

Con cuidado se quitó las botas para dejarlas en su puesto, iría a tomar una ducha, a pesar de que en una hora amanecería, necesitaba mantenerse despierto.

Estaba deleitado con el olor de la habitación, era muy fuerte en el lugar, cada vez más dulce, lo tenía babeando.

Lo había notado en estos días, cada vez que Ela pasaba por su lado, con disimulo la olfateaba para confirmar que su aroma de dulcificaba, él no se estaba quejando para nada.

Se le salían gruñidos involuntarios cuando su aroma invadía todo su olfato, y su mente se llenaba de pensamientos extremos como agarrarla de las caderas y montarla hasta que sus olores se mezclaran.

Era su deseo que aumentaba con las horas, pero ¿Quién se resistiría a una cosita tan linda como lo era ella?

Se quitó la camisa, de mala manera, la temperatura de la habitación había subido. Lo normal cuando se encontraba en un espacio reducido con ella.

— Oh.

Giró su cabeza hacia Ela, estaba con los ojos abiertos, mirándolo con mucha atención.

Así que no estaba tan dormida.

— Hola — le dio una débil sonrisa, se acercó con cautela a la cama. Por nada haría que ella saliera de allí — ¿Cómo estás?

— Un poco mal — sus alarmas se alertaron y ella lo notó — Solo es un leve dolor de cabeza — se acurrucó más en las sábanas — ¿Dormirás? — se levantó como un resorte al darse cuenta de que se estaba acomodando en la cama del dueño. Hora de irse — Leo debe estar calientito.

— No. Quédate — desesperado, tomó su mano. Su piel estaba caliente. Todos sus músculos se tensaron a sentir su suavidad — Duerme — retiró su mano nuevamente.

— No, no, no. Yo ya he dormido. Iré con Leo — con intenciones de salir de la cama. Piandra sin medir sus impulsos, la volvió a tomar del brazo, impidiéndole marcharse — ¿Piandra?

— Sigue durmiendo. Quédate. Yo iré a tomar una ducha.

— ¿Y tú por qué no duermes? Llevas dos noches sin hacerlo — ella siempre contaba las noches. No sonrías por eso.

— Es por el trabajo — bufó.

— No me gusta que no duermas. Debes descansar — sus pulgares trazaron círculos en su antebrazo — Duerme tú, ¿si? No quiero que te enfermes.

— No, tú estás enferma. Yo necesito que descanses y te recuperes antes de yo poder dormir.

— No seas un exagerado, ni que tuviera fiebre.

— Estás caliente.

— Ah... — la vio tragar grueso — Eso... es porque hace calor.

Mintió. Conocía su cuerpo para saber el porqué los síntomas.

— Duerme conmigo — ya está, lo había dicho las palabras que tenía atoradas.

Ela agrandó los ojos, quitó su brazo con suavidad y se sentó rectamente con la espalda pegada a la madera.

PIANDRAWhere stories live. Discover now